La vista del consumidor siempre se va hacia aquellas frutas y hortalizas impolutas, brillantes, con colores vivos y formas atractivas. A día de hoy, es raro ver en tiendas, supermercados y superficies comerciales productos de esta tipología calificados como feos, toda vez que han sido previamente desechados por el los distintos filtros de la cadena. No se evalúa en ningún caso su valor nutritivo, sino su mera presencia y capacidad para agradar a los clientes.
Con esta forma de actuar, estamos desperdiciando un tercio de los alimentos que se producen cuando 815 millones de personas pasan hambre en el mundo. En el caso de las frutas y hortalizas, se descarta cerca de la mitad (45%) cuando se necesitan 50 litros de agua para producir una naranja y 13 litros de agua para producir un tomate.
A esto hay que añadir las semillas, la tierra necesaria, el trabajo de los agricultores e incluso el combustible necesario para transportar los alimentos. Con esta forma de actuar, estamos desperdiciando un tercio de los alimentos que se producen cuando 815 millones de personas pasan hambre en el mundo. Recursos todos ellos que se derrochan cuando se pierde el resultado de este trabajo. Ante las amenazas del cambio climático y los eventos meteorológicos extremos, consumir frutas y hortalizas feas, no sólo es una cuestión moral, sino de sentido consumo y de ahorro de recursos naturales.
La historia de tres clásicos
Para ilustrar este posicionamiento, la FAO cuenta la historia de una zanahoria, un plátano y una patata. La primera tiene que cumplir muchos requisitos hasta llegar a los hogares, en algunos casos, incluso debe pasar por máquinas con sensores fotográficos que analizan sus características físicas a la busca y captura de defectos estéticos. Si están ligeramente curvadas, no tienen un color naranja brillante, cuentan con alguna mancha o están partidas, se destinan a pienso para el ganado. No es de extrañar que, entre el 25 y el 30% de las zanahorias no lleguen a las tiendas por estos motivos.
Fuente: Ecoticias