Pese a los esfuerzos institucionales, educativos y de divulgación nutricional, las elecciones alimenticias que hacemos en la actualidad tienen un notable margen de mejora.
El 16 de octubre es el Día Mundial de la Alimentación, una jornada fundamental para reflexionar acerca de lo que comemos y pensar con mayor detenimiento en nuestras paradojas nutricionales: desde las más grandes -como la diferencia de oportunidades o las tasas de obesidad y desnutrición según qué países-, hasta otras más pequeñas e inmediatas, mucho más fáciles de corregir. El siguiente artículo expone los principales desafíos dietéticos a los que se enfrenta nuestra sociedad, las instituciones y la industria alimentaria.
Paradojas de la nutrición
Nunca hemos tenido tanta cantidad y variedad de alimentos a nuestro alcance como ahora. Jamás hemos estado tan informados acerca de los alimentos, de los nutrientes, sus beneficios o sus desventajas. Tampoco hasta ahora había tantos controles en la industria alimentaria, ni etiquetas tan detalladas, ni investigaciones tan rigurosas a disposición de los consumidores. Y, sin embargo, comemos peor. Esa es nuestra gran paradoja cotidiana. Tenemos más y mejores herramientas en la mano, pero no elegimos bien lo que nos llevamos a la boca.
Dos minuciosas encuestas realizadas en 2012 y 2013 a nivel nacional desvelan que nuestras elecciones dietéticas tienen un notable margen de mejora. La primera, realizada por la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN), señala -entre otras cuestiones- que no comemos suficientes frutas y hortalizas, mientras que sí consumimos una cantidad excesiva de productos con contenidos elevados de azúcares añadidos, grasas y sal. El otro documento, una evaluación realizada por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA), refrenda estas observaciones y pone de manifiesto que nos alejamos de manera progresiva de una dieta saludable.
Conocemos que el exceso de sal genera hipertensión, pero en España duplicamos la ingesta máxima recomendada por la Organización Mundial de la Salud. Sabemos que el azúcar está vinculado a la diabetes y la obesidad, pero también consumimos el doble de lo que deberíamos. Dominamos que la energía de los alimentos se mide en kilocalorías y no dudamos de las recomendaciones diarias aconsejadas. Pero, aun así, nos pasamos. Tenemos claro que ciertos nutrientes son especialmente buenos para la salud -como la fibra-, pero nos cuesta incluir en la dieta alimentos que la contengan, como las frutas y las hortalizas. Es más, somos capaces de distinguir entre las ‘grasas buenas’ -presente en los frutos secos- y las ‘grasas malas’, como las saturadas o las trans; sin embargo, los adultos -y, peor aún, los niños- consumimos con demasiada frecuencia snacks, fast food, bollería y demás alimentos que deberían ser ocasionales.
Decisiones que contradicen el conocimiento
¿Por qué escogemos alimentos que contradicen lo que sabemos? Algunos investigadores -como Reetica Rekhy y Robyn McConchie, de la Universidad de Sídney (Australia)- sugieren que la promoción de alimentos saludables no es del todo efectiva. Otros apuntan que vivimos en un entorno obesogénico: nos rodean las ofertas de comida de dudosa calidad nutricional y no hay espacio ni tiempo para un estilo de vida activo con el que gastar lo que ingerimos. Además de la preferencia por los alimentos grasos y azucarados, el ritmo actual y las exigencias cotidianas nos quitan tiempo -o ganas- de cocinar. Ciertos productos alimentarios precocinados ricos en grasas, o en sal, le hacen guiños al cansancio, las prisas o la pereza.
Y esto no es todo. Algunos mitos muy dañinos también impiden comer mejor, como el que toca el bolsillo y sostiene que la comida sana es más costosa. Comer sano cuesta más, pero no es mucho más caro. Esta es una distinción fundamental. Comer sano requiere planificar los menús y la compra, dedicar algo de tiempo a la cocina y optar por los alimentos de temporada y los que se producen cerca de casa. En términos económicos, más que dinero, hace falta invertir tiempo y voluntad.
¿Otro mito? ‘Los frutos secos engordan’. Su reputación está siempre en entredicho. Dudamos más al comer unas avellanas que al escoger un bollo industrial para la merienda, cuando en realidad los frutos secos son fuente de salud: sus grasas son cardiosaludables, contienen fibra, vitaminas y minerales, entre otras sustancias protectoras.
Algunos titulares simplistas o artículos poco contrastados en los medios de comunicación tampoco ayudan en este sentido. Se cuestionan alimentos saludables mientras no se hace lo mismo con las dietas milagrosas.
¿Cómo mejorar nuestras elecciones dietéticas?
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo corregir estas tendencias? El primer paso consiste en comprender que ni toda la responsabilidad es del consumidor, ni toda es de la industria alimentaria. La responsabilidad es compartida. Tan necesaria es la voluntad de las personas por comer mejor como la importancia de que encuentren con mayor facilidad alimentos saludables a su alcance.
Algunas iniciativas empresariales y comerciales han dado pasos en esta dirección: retirar las grasas trans de todos los productos, como hizo EROSKI hace más de cinco años, apostar por alimentos asequibles que sean bajos en grasas, azúcares y sal, como la línea Sannia, o seguir el camino de la Confederación Española de Organizaciones de Panadería (CEOPAN), que en 2011 se comprometió a reducir el contenido de sal en el pan de panadería, en un 20%, en cuatro años.
Son decisiones importantes, incluso pioneras, pero hace falta avanzar más y de manera más generalizada. Es crucial, como apuntan algunos especialistas, impulsar más y mejor el consumo de alimentos saludables con iniciativas tan sencillas, como incluir más frutas frescas en los postres de un menú del día de los restaurantes, y con otras más complejas que entrañan decisiones políticas, como la reducción de impuestos a los alimentos saludables. Es necesario invertir en educación nutricional, en especial la de los más pequeños, y asentar la idea de que alimentación y salud van de la mano. Es fundamental ofrecer información fiable, de calidad y fácil de interpretar, no solo en artículos e investigaciones, sino también en las etiquetas de los productos. El semáforo nutricional y la Escuela de Alimentación son buenos ejemplos de esto. En definitiva, es vital promover la educación y el conocimiento para que los consumidores elijamos mejor, para que tomemos decisiones informadas.
Fuente: http://www.consumer.es/web/es/alimentacion/aprender_a_comer_bien/2014/10/16/220791.php