Los efectos sociales y económicos de la modernización de la agricultura

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INTRODUCCIÓN: En la actualidad, la población del mundo supera los 6 000 millones de personas. Cada una de esas personas alcanzará una ingesta diaria aproximada de 2 700 kcal en promedio.

Cuando en 1950 2 500 millones de personas disponían de menos de 2 450 kcal per cápita., esto significa que durante los últimos 50 años, el aumento de la producción agrícola mundial ha sido 1,6 veces superior a la producción total conseguida en 1950, diez mil años después de que se iniciara la historia de la agricultura2. Este extraordinario incremento de la producción de alimentos se explica en razón de:

la difusión en los países desarrollados de la revolución agrícola moderna (caracterizada por la motorización, la mecanización en gran escala, la selección, la utilización de productos químicos y la especialización) y su expansión en algunos sectores de los países en desarrollo;

la existencia, más notable en los países en desarrollo, de una revolución verde (caracterizada por la selección de determinadas variedades de cereales y otras plantas domésticas de alto rendimiento adecuadas a las regiones cálidas, y por la utilización de productos químicos), una forma de revolución agrícola moderna que no depende de una motorización mecanizada en gran escala;
la expansión de la superficie de regadío, que ha pasado de 80 millones de hectáreas en 1950 a unos 270 millones de hectáreas en la actualidad;

la expansión de la superficie cultivable de la tierra bajo cultivos permanentes, que ha pasado en ese mismo período de 1 330 millones de hectáreas a 1 500 millones de hectáreas3;

la adopción de sistemas agrícolas mixtos que utilizan profusamente la biomasa disponible (combinando los cultivos, la arboricultura, la ganadería y, en ocasiones, la piscicultura) en la mayor parte de las zonas densamente pobladas del mundo que no disponen de nuevas tierras para la agricultura y para el riego.

Ahora bien, ni siquiera estos importantes avances de la agricultura pueden ocultar el hecho de que la mayor parte de los agricultores del mundo utilizan exclusivamente herramientas manuales, sumamente ineficaces, y que las plantas que cultivan y los animales domésticos que poseen apenas han sido objeto de selección genética. Además, estos campesinos pobres mal equipados, con su sistema de producción ineficiente, están expuestos a una competencia cada vez más intensa de los agricultores mejor equipados y más productivos, así como al pronunciado descenso de los precios agrícolas reales que se viene registrando desde hace varios decenios. Esto condena a una situación de extrema pobreza a muchos campesinos pobres, haciéndoles vulnerables al hambre y obligándoles a emigrar a las ciudades, mal equipadas y poco industrializadas. Así, por un lado, es preciso referirse a la revolución agrícola moderna, la aparición de la revolución verde, la expansión del riego, el desbroce de tierras para la agricultura y el desarrollo de sistemas de agricultura mixta que utilizan un nivel elevado de biomasa disponible, mientras que, por otro, hay que reseñar el estancamiento, el empobrecimiento y la exclusión: éstos han sido los resultados contradictorios de la modernización agrícola acaecida en la segunda mitad del siglo XX. Esta situación induce a plantear una serie de interrogantes.

¿Hasta qué punto eran productivos y se hallaban bien equipados los agricultores del mundo entero en 1950, y en qué medida las disparidades que se han manifestado en la productividad han sido ocasionadas por la modernización agrícola de los últimos 50 años?
¿Cuáles han sido los medios, procedimientos y mecanismos económicos del desarrollo de la revolución agrícola moderna en los países desarrollados y cuáles han sido sus consecuencias ambientales, demográficas, económicas y sociales?
¿Cuáles son los límites de la revolución agrícola moderna y de la revolución verde en los países en desarrollo? ¿Qué mecanismos conducen al empobrecimiento y marginación de los campesinos mal equipados en esos países? ¿Qué otras formas de modernización agrícola se están registrando en los países desarrollados?
¿Qué balance puede establecerse respecto de la producción agrícola y el consumo de alimentos a escala mundial a la conclusión de esos 50 años de modernización y cuáles son las perspectivas para los decenios venideros?

LA MODERNIZACIÓN Y LA APARICIÓN DE LAS DISPARIDADES EN LA PRODUCTIVIDAD AGRÍCOLA MUNDIAL

En 1950, la agricultura empleaba a 700 millones de personas en todo el mundo y utilizaba menos de 7 millones de tractores (4 millones en los Estados Unidos, 180 000 en Alemania occidental y 150 000 en Francia) y menos de 1,5 millones de cosechadoras. Actualmente, los 1 300 millones de personas que se dedican a la agricultura disponen de 28 millones de tractores y 4,5 millones de cosechadoras, principalmente en los países desarrollados4. En 1950 sólo se aplicaron 17 millones de toneladas de fertilizante mineral, cuatro veces más que en 1900 pero ocho veces menos que en la actualidad. En 1950, se destinaron 30 millones de toneladas de tortas de aceite a la alimentación animal, seis veces menos que en la actualidad. Aunque la selección metódica de variedades vegetales y especies de animales domésticas de alto rendimiento se había iniciado varios decenios antes, no se habían conseguido grandes progresos, y únicamente en un número limitado de especies. La mayor parte de los agricultores del mundo seguían utilizando variedades y razas locales.

En 1950 existía una amplia gama de productos fitosanitarios, pero la situación de ese momento no tiene parangón con las condiciones actuales en que se utilizan 80 ingredientes activos en los insecticidas, 100 en los funguicidas y 150 en los herbicidas5. Todos estos productos han sido sometidos a estudios toxicológicos estrictos.

El progreso de la producción agrícola encubre una disparidad cada vez mayor entre los sistemas agrícolas y poblaciones.

En 1950, los rendimientos de los cultivos eran de 1 000 kg/ha para el trigo, 1 500 kg/ha para el maíz, 1 600 kg/ha para el arroz y
1 100 kg/ha para la cebada, cifras prácticamente idénticas a las de comienzos de siglo. Desde entonces, los rendimientos se han duplicado o triplicado. Análogamente, el rendimiento medio de una vaca lechera era en 1950 de 2 000 litros por año en Francia, por ejemplo, frente a 5 600 litros en la actualidad6. Estas cifras cuantifican el progreso conseguido en los últimos 50 años, pero no revelan que existe una disparidad creciente en cuanto a la productividad entre los diferentes sistemas agrícolas, a causa de la calidad de la maquinaria y el uso de insumos. Esto exige realizar un análisis económico comparativo de los principales sistemas de producción en cada período. A mediados del siglo XX, después de varios milenios de práctica agrícola con amplias variaciones regionales, las distintas poblaciones del mundo se encontraban en situaciones muy distintas desde el punto de vista de la agricultura y utilizaban sistemas de producción con niveles muy desiguales de productividad.

En la Figura 18 se ilustran estas disparidades, comparando la productividad potencial neta de cada uno de los sistemas8. Estos sistemas pueden clasificarse en orden creciente de productividad neta:

agricultura manual, con una productividad neta máxima del equivalente de unos 1 000 kg de cereales por agricultor;
cultivo de arroz de regadío, con empleo de tracción animal, con una cosecha al año;
cultivo con tracción animal ligera con barbecho (arado basculante, albarda, etc.), con una productividad neta máxima de
2 000 kg por trabajador;
cultivo con tracción animal pesada con barbecho (arado, carro, etc.), con una productividad neta máxima de 3 500 kg por trabajador;
cultivo de regadío con tracción animal con dos cosechas anuales, con una productividad neta similar;
cultivo con tracción animal pesada sin barbecho, con una productividad neta de 5 000 kg por trabajador;
cultivo con tracción animal mecanizada sin barbecho, con una productividad neta de 10 000 kg por trabajador;
primeros sistemas de cultivo con mecanización a motor (mecanización motorizada I), con una productividad neta máxima de más de 30 000 kg por trabajador.
Por consiguiente, en 1950, la relación entre el sistema menos eficiente (la agricultura manual) y el sistema más productivo (la agricultura mecanizada a motor) era de uno a treinta9.

A la conclusión del siglo XX, con 50 años más de práctica agrícola, la productividad de la agricultura manual, que es aún el sistema menos eficiente pero más extendido en el mundo, sigue siendo del equivalente de unos 1 000 kg de cereales por trabajador, mientras que la productividad neta de la agricultura más motorizada y con una mayor utilización de insumos excede de 500 000 kg. La relación entre estos dos tipos de agricultura es, por lo tanto, de uno a quinientos (véase la Figura 19), lo que supone que se ha multiplicado por 20 en el plazo de 50 años.

En los últimos 50 años, la brecha entre los sistemas agrícolas más productivos y los de menor productividad se ha hecho 20 veces más marcada.

LA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA MODERNA EN LOS PAÍSES DESARROLLADOS

La revolución agrícola moderna que ha triunfado en los países desarrollados en la segunda mitad del siglo XX se ha basado en la aparición de nuevos medios de producción y comercio, que a su vez derivaron de las revoluciones acaecidas en la industria, la biotecnología, el transporte y las comunicaciones.

La segunda revolución industrial proporcionó los medios necesarios para la motorización (motor de combustión interna, motor eléctrico, tractores y una maquinaria cada vez más potente, combustibles y electricidad), los medios para la mecanización en gran escala (maquinaria cada vez más compleja y eficaz para labrar, tratar los cultivos y recolectarlos), los medios para realizar una fertilización mineral intensa (amonio, nitrato, nitro-amónico, fosfato, potasio y fertilizantes compuestos), los medios para tratar las plagas y enfermedades (herbicidas, insecticidas, fungicidas, medicamentos veterinarios, etc.), y los medios para conservar y elaborar productos vegetales y animales (industrialización de las técnicas de conservación por medio del frío, el calor, el secado, el ahumado, la liofilización, la ionización, la fermentación o la adición de sal, azúcar y otros conservantes de los alimentos).

La revolución de la biotecnología suministró, mediante selección, variedades vegetales y razas animales con un potencial de alto rendimiento adaptadas a los nuevos medios de producción industrial y capaces de hacerlos rentables.

La revolución del transporte, que se inició en el siglo XIX con la aparición del ferrocarril y el barco de vapor, recibió un nuevo impulso con la motorización del transporte por camión, tren, barco o avión, que facilitó el acceso a las explotaciones y a las regiones agrícolas y les permitió obtener los fertilizantes, el pienso y otros insumos de lugares más alejados y en mayores cantidades. Propició también la venta de los productos, incluso los más difíciles de manejar y perecederos, en cantidades cada vez mayores y a zonas más amplias.

La modernización agrícola se ha verificado gradualmente, gracias al progreso de la industrialización, la tecnología de selección genética y los transportes y comunicaciones, y paralelamente a la ampliación del tamaño de las fincas.

La revolución de las comunicaciones, que se basa, en parte, en la revolución del transporte, pero también en las telecomunicaciones, proporcionó los medios para el suministro de información y para las transacciones comerciales a larga distancia, que impulsaron el comercio distante y la organización de estructuras administrativas, productivas, financieras y comerciales en gran escala que son parte integrante de la revolución industrial y agrícola moderna.

En los años cincuenta todavía eran frecuentes en los países desarrollados los predios agrícolas de sólo unas pocas hectáreas por trabajador, dedicadas a la explotación agrícola y ganadera y que producían en buena medida el forraje, el abono, las semillas, el ganado y los alimentos que utilizaban. ¿Cómo pudieron esas explotaciones transformarse en el plazo de medio siglo en un número reducido de unidades de producción especializadas, de decenas o centenares de hectáreas por trabajador, que compraban grandes cantidades de equipo e insumos y vendían prácticamente toda su producción?

Pese a que fue un proceso rápido, esta gran metamorfosis no se produjo súbitamente: al examinar el fenómeno se advierte que se produjo a través de transformaciones graduales, cada una de ellas basada en la anterior, en consonancia con los progresos conseguidos en la industrialización, el mejoramiento genético, el transporte y las comunicaciones, así como con la ampliación y capitalización de un número cada vez mayor de unidades agrícolas y con la desaparición de otras.

La mecanización motorizada. El desarrollo de la motorización y de la mecanización se produjo a un ritmo distinto según la esfera de actividad. Los cereales y otros cultivos en gran escala (la colza, el girasol, la soja y otras plantas leguminosas, y el algodón) fueron los primeros en beneficiarse y han marcado siempre la pauta. Como estos cultivos ocupaban una gran parte de la tierra de labranza, representaban una oportunidad importante para la industria de la maquinaria agrícola. Posteriormente, la mecanización motorizada se extendió a la recolección de raíces y tubérculos, como la remolacha y la papa, que son más difíciles de manejar por su peso, su gran volumen y su gran contenido de agua. Por último, comenzó a utilizarse también para el ganado bovino, la recolección del forraje, la alimentación y la eliminación de las excretas, la viticultura y los cultivos vegetales y arbóreos.

En el cultivo extensivo en gran escala, se observan cinco etapas en el proceso de mecanización motorizada, cada una de ellas impulsada por un aumento de la fuerza de tracción (véase la Figura 20). Hasta el decenio de 1950, la primera fase (la mecanización motorizada I) se había basado en la utilización de tractores de baja potencia (de 10 a 30 CV) en las explotaciones de más de 15 hectáreas. Estos tractores, más rápidos que los animales de tiro -y no afectados por el cansancio-, contribuyeron a aumentar la superficie por trabajador de alrededor de 10 hectáreas a más de 20.

La segunda, tercera y cuarta etapas (mecanización motorizada II, III y IV), que se sucedieron desde finales del decenio de 1950 hasta finales del de 1980, supusieron el empleo de tractores y maquinaria autopropulsada cada vez más potentes (de 30 a 50, de 50 a 75 y, luego, de 75 a 120 CV) con mayor capacidad para el arado, la siembra, el mantenimiento de los campos y la recolección, lo que determinó que aumentara la superficie asignada por trabajador a 50, 80 y, por último, 100 hectáreas.

La quinta etapa (mecanización motorizada V), que comenzó hace más de diez años, ha comportado la utilización de tractores de tracción a las cuatro ruedas de más de 120 CV, lo que ha permitido ampliar a más de 200 hectáreas la superficie que puede ser atendida por un solo trabajador.

Análogamente, en 1950, un trabajador podía ocuparse de ordeñar una docena de vacas dos veces al día, cifra que se duplicó cuando empezó a utilizarse a la máquina de ordeñar portátil, aumentó a 50 animales con la sala de ordeño en espina de arenque equipada con un depósito de leche, pasó luego a 100 vacas con la cinta transportadora y es ahora de más de 200 vacas desde que se utiliza la sala de ordeño totalmente automatizada.

De esta manera, en cada una de las etapas del proceso de mecanización motorizada ha aumentado la superficie o el número de animales por trabajador, y los progresos alcanzados paralelamente en la industria de los productos químicos agrícolas y el mejoramiento genético han permitido aumentar los rendimientos por hectárea o por animal.

Productos químicos agrícolas y mejoramiento genético. El importante aumento de rendimiento de los principales cultivos conseguido durante los últimos 50 años en los países desarrollados cabe atribuirlo fundamentalmente a la utilización de fertilizantes y al desarrollo de variedades vegetales capaces de absorber y aprovechar cantidades ingentes de minerales. La lucha contra las plagas y el desarrollo de la mecanización también han desempeñado un papel importante. Desde finales de los años cuarenta hasta los últimos años del decenio de 1990, los rendimientos medios del trigo aumentaron de 1 100 a más de 2 600 kg/ha en los Estados Unidos, mientras que el empleo de fertilizante pasó de 20 a 120 kg/ha de tierra cultivable. En Francia, los rendimientos aumentaron de 1 800 a 7 100 kg/ha y el uso de fertilizante de 45 a 250 kg10. Hoy en día, en los ricos suelos limosos del noroeste de Europa, los rendimientos del trigo y maíz superan a veces los 10 000 kg/ha, con una aplicación de fertilizantes de alrededor de 200 kg de nitrógeno, 50 kg de fosfato y 50 kg de potasio por hectárea.

Ciertamente, el paso de la utilización de variedades locales de cereales que producían 2 000 kg/ha a la introducción de cultivares capaces de producir 10 000 kg/ha no se produjo de la noche a la mañana. Fue necesario conseguir variedades sucesivas de alto rendimiento y superar otras tantas etapas en la utilización rentable de aplicaciones de fertilizantes cada vez mayores. En el caso del trigo, por ejemplo, se obtuvieron líneas puras y, más recientemente, híbridos de primera generación con tallos cada vez más cortos, rendimientos más elevados y una mayor resistencia al frío, el encamado, el encogimiento, la germinación antes de la cosecha, la pudrición del pie, la roya y el mildiú.

La producción de granos de todo tipo (cereales y semillas oleaginosas) y de subproductos agrícolas aumentó de tal forma que hizo posible utilizar una mayor proporción de la cosecha como pienso concentrado, lo que, junto con el incremento de los pastizales y de la producción de cultivos forrajeros, contribuyó a incrementar la cabaña y supuso una mejora significativa de su alimentación y sus rendimientos. Por consiguiente, fue necesario también seleccionar razas animales por su rendimiento de carne, leche y huevos y por su capacidad para consumir raciones de alimentos cada vez más nutritivas de manera rentable. En tanto que a comienzos del siglo una vaca consumía 15 kg de heno diarios para producir menos de 2 000 litros de leche al año, una vaca lechera bien seleccionada produce ahora más de 10 000 litros de leche al año consumiendo 5 kg de heno (o su equivalente) y más de 15 kg de pienso concentrado al día.

La protección del ganado y de los cultivos. Estos animales, cuya reproducción y alimentación resultan tan costosas, representan una inversión de capital y posibles beneficios de tal magnitud que hacen cada vez más difícil asumir los riesgos de una pérdida de animales o de producción por efecto de enfermedades o accidentes; y cuanto mayor y más concentrada sea la cabaña, mayores serán los riesgos. Por ello, se adoptan precauciones sanitarias muy estrictas y una serie de tratamientos preventivos y curativos muy costosos, recurriendo incluso a la cirugía veterinaria en caso necesario.

Aunque los cultivos anuales suponen un volumen más reducido de capital fijo que el ganado o los cultivos perennes, a medida que se desarrolla el cultivo aumenta la inversión de capital (semillas seleccionadas, fertilizantes, combustible) hasta representar la mitad de los ingresos previstos. Además, el margen entre los ingresos y los gastos debe cubrir la amortización de la maquinaria motorizada, muy costosa, y los salarios, entre otras cosas. Hay que evitar, por tanto, las pérdidas de la cosecha, por pequeñas que sean, y por ello es necesario utilizar productos fitosanitarios. Desde el punto de vista técnico y económico, los avances realizados en la mecanización motorizada, el mejoramiento genético, la fertilización mineral, la alimentación del ganado y la protección de las plantas y los animales están estrechamente vinculados. Más aún, estos avances han determinado la simplificación de los sistemas de producción y, por consiguiente, la especialización de las unidades de producción y las regiones agrícolas.

La protección de la salud de las plantas y animales ha adquirido mayor importancia para salvaguardar las inversiones en la producción agrícola, y ha determinado un mayor grado de especialización agrícola y regional.

La separación de la agricultura y la ganadería. Con el uso de fertilizantes, además de conseguirse mayores cosechas, aumenta el volumen de paja y otros residuos que se pueden introducir en el suelo con el fin de mantener en niveles aceptables el contenido de humus. Así, las unidades de producción agrícola se han visto liberadas de la necesidad de producir abono y, gracias a la introducción de los tractores, no necesitan tampoco producir forraje para los animales de tiro. De esta forma, las explotaciones agrícolas de las regiones llanas adecuadas para la agricultura mecanizada y con unas buenas condiciones climáticas y edáficas para el cultivo de cereales, semillas oleaginosas o raíces y tubérculos han abandonado la producción de forraje y ganado para centrarse exclusivamente en los cultivos extensivos mediante la mecanización motorizada y el empleo de fertilizantes minerales.

La especialización ha permitido a estas regiones producir con un bajo costo excedentes comercializables cada vez mayores, que pueden exportar a otras regiones en las que no existen las mismas condiciones para el cultivo mecanizado en gran escala. Por contra, las explotaciones de las zonas montañosas, las tierras bajas lluviosas y las regiones costeras de suelos pesados, así como de las zonas áridas, casi esteparias, mediterráneas o continentales, se centran en buena medida en los pastizales y el ganado (ganado bovino para leche o carne, y ganado ovino o caprino). El empleo de productos químicos agrícolas ha hecho innecesario seguir aplicando en las explotaciones agrícolas el viejo sistema de rotación de cultivos destinado a luchar contra las malas hierbas, los insectos y las enfermedades. Así, se han simplificado los sistemas de cultivo y ha aumentado la especialización, culminando en el monocultivo.

El comercio entre las explotaciones agrícolas y las regiones distantes se ha intensificado y abaratado gracias al transporte por carretera, que ha sustituido al transporte fluvial y por ferrocarril, y a la mejora de los medios de comunicación. Hoy en día, es posible suministrar todo tipo de bienes de capital y de consumo a esas explotaciones, que ya no necesitan combinar la agricultura con la cría de ganado para conseguir el autoabastecimiento. De esta manera, pueden centrar la mayor parte de sus recursos productivos en el producto más rentable en función de las condiciones ambientales y comerciales, así como de los conocimientos de los agricultores locales. En regiones enteras se han establecido monocultivos de soja, maíz, trigo, algodón, vid, hortalizas, frutas y flores, que han hecho nacer sistemas agrícolas regionales especializados, cada uno de ellos con unas características agroambientales y agroeconómicas muy diferentes.

Los mecanismos económicos de la revolución agrícola

Para superar todas las etapas de la revolución agrícola contemporánea y establecer el tipo de explotación mejor equipada y de tamaño más adecuado, dos o tres generaciones de agricultores se han visto en la necesidad de descartar constantemente las operaciones menos rentables para centrarse en una, o varias, operaciones más rentables. Para ello han tenido que utilizar semillas mejoradas y nuevos insumos, que han combinado de manera que les permitiera obtener el mayor margen de beneficios por unidad de superficie, adquirir constantemente nueva maquinaria, más eficiente, y ampliar al máximo la unidad de superficie por trabajador.

A título de ejemplo, cabe señalar que las unidades de producción de cereales mejor situadas del noroeste de Europa, equipadas con la maquinaria más moderna y eficaz, poseen en la actualidad un capital fijo de 300 000 euros (valor del nuevo material) y una extensión de 200 hectáreas por trabajador, y han alcanzado unos niveles de productividad neta (una vez deducidos los costos de amortización y mantenimiento) de 60 000 euros por trabajador. Pero productividad no es lo mismo que ingresos: para calcular los ingresos netos por trabajador, hay que deducir los intereses del capital tomado en préstamo, la renta de la tierra y los impuestos, y añadir los las posibles subvenciones. Así, un cultivador de cereales muy eficiente que trabajara en solitario, con una deuda de unos
300 000 euros al 5 por ciento de interés, y que alquilara sus 200 hectáreas a 150 euros por hectárea, tendría unos ingresos (antes de impuestos y subvenciones) de 15 000 euros anuales. Más importante es el hecho de que las explotaciones con esos niveles de capitalización, tierra y productividad son una minoría; en la mayor parte de los casos, los niveles de capitalización, productividad de la tierra e ingresos por trabajador no alcanzan la mitad de esas cifras.

En los países desarrollados, un trabajador poco cualificado tiene unos ingresos netos de 15 000 euros anuales, aproximadamente (incluidas las contribuciones sociales). Cuando los ingresos netos por trabajador agrícola alcanzan ese nivel, la explotación puede renovar su equipo y pagar a la mano de obra a los precios vigentes en el mercado, pero no le queda margen para inversiones. Cuando los ingresos por trabajador superan esos niveles, la explotación dispone de capacidad para realizar inversiones y, por lo general, también tiene acceso al crédito, que le permite capitalizarse, con el fin de aumentar la productividad y los ingresos, tanto más cuanto mayores sean los niveles iniciales de capitalización e ingresos.

En una finca de un país desarrollado que sea viable desde el punto de vista financiero, los ingresos netos de los trabajadores agrícolas equivalen al sueldo de un obrero no calificado.

Ahora bien, si los ingresos netos por trabajador son inferiores a este umbral de renovación y capitalización, la explotación no podrá renovar los medios de producción y pagar a la mano de obra a los precios del mercado. De hecho, una explotación de estas características se encuentra en crisis y sólo podrá sobrevivir si paga a sus trabajadores menos de lo que deberían percibir o sólo renueva parcialmente sus medios de producción, lo que comportará una reducción progresiva de su productividad. Pero la remuneración por el trabajo debe estar por encima del nivel de supervivencia, el salario mínimo, pues de lo contrario el campesino no podrá seguir satisfaciendo las necesidades familiares y se verá obligado a abandonar la explotación. En las explotaciones agrícolas situadas entre los umbrales de renovación y supervivencia la maquinaria motorizada suele ser obsoleta y estar en bastante mal estado. Esas explotaciones carecen de proyectos de futuro y no tienen posibles compradores, pero si cesaran en su actividad, sus recursos productivos podrían ser absorbidos por una o más explotaciones vecinas en proceso de expansión.

Este proceso divergente ha sido una de las características de todas las etapas de la revolución agrícola: por un lado, el desarrollo desigual y acumulativo de explotaciones con un nivel suficiente de capitalización y productividad para situarse por encima del umbral de renovación y, por otro, el empobrecimiento y desaparición de las unidades que se encuentran por debajo de ese umbral. Las explotaciones que menos han invertido y progresado en una etapa determinada se han visto relegadas y han desparecido en la fase subsiguiente, mientras que las unidades más capitalizadas y productivas continuaban progresando. Así, la mayor parte de las explotaciones existentes en 1950 han desaparecido y sólo una minoría han conseguido superar todas las etapas para alcanzar en la actualidad un nivel elevado de capitalización y productividad11.

Una unidad de producción situada por encima del umbral de renovación puede verse en un momento dado por debajo de ese umbral a pesar de haber mantenido la productividad técnica, ya sea a causa del descenso de la productividad económica ocasionado por la evolución desfavorable de los precios de los productos o los insumos, de la elevación del umbral de renovación, influido a su vez por los niveles salariales del mercado de trabajo, o por ambas causas. De hecho, estas dos circunstancias se han dado con frecuencia durante el último medio siglo. El precio real de los productos alimenticios agrícolas ha experimentado un pronunciado descenso desde 1950 porque durante ese período el aumento de la productividad agrícola en los países desarrollados fue superior al conseguido en otros sectores. Además, hasta los años ochenta, en esos países aumentó constantemente el salario de los trabajadores no cualificados, porque el aumento de la productividad del conjunto de la economía no redundó únicamente en beneficio de las rentas y la acumulación de capital, sino también en parte en el incremento de los salarios y del poder adquisitivo.

Esta combinación de descenso de los precios agrícolas reales y elevación del umbral de renovación, además de perjudicar a las explotaciones agrícolas mal equipadas, perjudica en todas las regiones a los productos y combinaciones de productos menos rentables, teniendo en cuenta las condiciones ambientales y económicas locales.

La caída de los precios de los productos básicos o el aumento de los costos pueden conducir una finca productiva a la crisis económica.

En una región determinada, los niveles de productividad que se pueden alcanzar mediante las diferentes combinaciones posibles de productos son sumamente desiguales y las explotaciones menos eficaces en cuanto al costo terminan por situarse por debajo del umbral de renovación y son progresivamente eliminadas.

Cada región determina gradualmente la combinación de productos y el nivel de equipamiento más eficientes (es decir, el sistema de producción). A medida que las diferentes regiones abandonan las actividades menos ventajosas para centrarse en las más rentables, la deslocalización y reubicación de las actividades agrícolas da lugar a una amplia división interregional de las tareas agrícolas que supera las fronteras nacionales y que da a algunos países un perfil agrícola muy característico. Pero también ha habido regiones en las que todas las combinaciones posibles en materia de producción no han permitido alcanzar el umbral de renovación, dando lugar a la desaparición de todas las unidades agrícolas, al éxodo rural (cuando lo ha permitido la situación económica general) y a la expansión de las tierras abandonadas.

Las consecuencias de la revolución agrícola

Más allá de sus aspectos técnicos y económicos intrínsecos, la revolución agrícola ha comportado también una serie de cambios ecológicos, demográficos, económicos y culturales en gran escala.

Los cambios ecológicos. La especialización ha originado una reubicación geográfica masiva y un reagrupamiento regional, con cultivos extensivos en algunos sitios, pastizales y ganado en otros, y viñedos, desarrollo de la horticultura comercial, el cultivo de flores o de otros productos, tierras en barbecho y reforestación en otros lugares. Así, los ecosistemas cultivados actuales difieren de los ecosistemas anteriores basados en múltiples cultivos y en la cría de ganado, en los que cada aldea, e incluso cada explotación agrícola, comprendía un mosaico de terrenos dedicados a actividades distintas (cereales y otros cultivos extensivos, pastizales, prados, espacios arbolados, huertos, viñedos, etc.), cada uno de ellos con una población vegetal y animal diferente.

Los ecosistemas cultivados son ahora más sencillos y uniformes: campos de trigo o de maíz, viñedos o pastos y rebaños se suceden a veces unos a otros a lo largo de centenares de kilómetros, y las variedades vegetales y las razas animales apenas varían. Además, al estar mejor alimentados y protegidos, los cultivos y el ganado son más vigorosos y más abundantes que en el pasado.

Por otra parte, la fauna y flora silvestres se han empobrecido gravemente (abundan más los cardos, coles y amapolas y hay menos insectos, aves y roedores). La utilización de grandes cantidades de fertilizantes y productos químicos y la aplicación masiva de los excrementos del gran número de animales que viven bajo el mismo techo puede ocasionar una contaminación mineral y orgánica, particularmente de las aguas superficiales y subterráneas y, en ocasiones, la adulteración de los alimentos (por un exceso de nitratos en las hortalizas, de plaguicidas en las frutas y de hormonas y antibióticos en la carne).

La intensidad de la producción y la aplicación rentable de insumos, en el sistema actual de precios comparativos, excede con frecuencia los límites de la tolerancia ecológica y el nivel de riesgo aceptable socialmente. Sin embargo, las operaciones de limpieza resultan muy costosas para la comunidad, y la limitación reglamentaria de las prácticas, óptimas desde un punto de vista microeconómico, pero contaminantes, reduce inevitablemente la productividad agrícola.

Una explotación agrícola que se encuentre en condiciones económicas difíciles podrá tener problemas para mantener la productividad de los recursos naturales.

Los cambios demográficos. La sustitución de una buena parte de la fuerza de trabajo agrícola por maquinaria, el aumento de la superficie por trabajador y la consiguiente reducción del número de explotaciones han desencadenado una intensa emigración rural, alimentada también por la reducción de las actividades conexas (el comercio de productos primarios y elaborados y la artesanía, así como los servicios públicos). Así, con una extensión de 100 a 200 hectáreas de cultivos extensivos por trabajador, y de 200 a 1 000 hectáreas en el caso de la ganadería extensiva, sin contabilizar aquellas regiones en las que se ha interrumpido por completo la actividad agrícola, la densidad de población ha disminuido a menos de cinco habitantes por km2 y en ocasiones es de sólo un habitante por km2. Esto hace extremadamente difícil mantener los servicios (correos, escuelas, tiendas, médicos y farmacias) y la vida social.

En cambio, en algunas regiones, la especialización ha determinado una densidad de población agrícola y rural igual, o superior, a la que existía anteriormente. Con menos de 5 hectáreas por trabajador en la viticultura y menos de 1 hectárea en el cultivo en invernaderos o en la floricultura, pueden darse unas densidades de población de decenas o centenares de habitantes por km2.

Los cambios económicos. El incremento de productividad derivado de la revolución agrícola ha sido de tal magnitud que ha permitido que la mayor parte de la fuerza de trabajo que antes estaba empleada en la agricultura pueda dedicarse a otros menesteres. Esto contribuyó a que fuera posible disponer del gran número de trabajadores necesarios para la industria y los servicios durante los tres primeros decenios de posguerra. Pero desde mediados de los años setenta se produjo una desaceleración del crecimiento económico y la continuación de la emigración rural sólo sirvió para aumentar el desempleo. Como aspecto positivo, hay que señalar que el aumento de la productividad en la agricultura y otros sectores permitió reducir la semana laboral, rebajar la edad de jubilación y prolongar la escolarización. Por último, en los países desarrollados, con una población agrícola activa reducida a menos del 5 por ciento de la población activa total se ha podido alimentar a toda la población mejor que en ningún período anterior.

Los cambios culturales. Por otra parte, dado que los nuevos medios de producción se diseñan y se obtienen fuera de las explotaciones agrícolas y de su proximidad inmediata, en centros de investigación y desarrollo y en empresas industriales y de servicios relativamente concentradas, la capacitación de los agricultores y de los trabajadores agrícolas no se efectúa ya mediante el aprendizaje en las explotaciones, sino cada vez más en instituciones públicas y privadas y a través de servicios de información técnica y económica. En una perspectiva más amplia, el patrimonio cultural rural del pasado, elaborado y manejado localmente, ha dejado paso a una cultura relativamente uniforme difundida por la educación y por los medios de comunicación12.

LOS LÍMITES DE LA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA

En los países en desarrollo

La revolución agrícola actual, con todas sus características, en particular, su mecanización motorizada intensa, compleja y muy costosa, no se ha extendido mucho más allá de los países desarrollados, con la excepción de algunas zonas reducidas de América Latina, África septentrional y meridional y Asia13, donde sólo se han incorporado a ella grandes explotaciones, públicas o privadas, nacionales o extranjeras, que poseen el capital necesario. Al mismo tiempo, sigue existiendo un cuantioso grupo de pequeños agricultores que continúan realizando las faenas agrícolas manualmente o utilizando tracción animal. Tampoco en el África subsahariana, en los Andes y en el corazón del continente asiático se ha dejado sentir prácticamente la mecanización motorizada pesada.

La revolución agrícola ha llegado a pocas zonas de los países en desarrollo.

La revolución verde ha permitido que otras regiones y un número mayor de explotaciones se beneficien de algunos elementos de la revolución agrícola, como las variedades de alto rendimiento de maíz, arroz, trigo, yuca, frijoles, sorgo dulce y guandú14 seleccionadas durante los últimos decenios en los centros internacionales de investigación (IRRI, CIMMYT), y los fertilizantes y productos fitosanitarios. Algunos países han conseguido aumentos significativos del rendimiento, particularmente gracias a la agricultura de regadío en gran escala y al aprovechamiento adecuado del agua.
El control del agua a lo largo del año y el descubrimiento de variedades de arroz no fotoperiódicas que pueden ser cultivadas en todas las estaciones han permitido obtener más de tres cosechas anuales en la misma parcela de tierra.

Gracias a esas mejoras, los agricultores bien situados y en mejor posición económica han podido obtener tracción animal y en algunos casos incluso arados a motor o pequeños tractores, y de esta forma aproximarse a los niveles de productividad de los países desarrollados. Asimismo, con la ayuda de los bajos salarios locales, los niveles de producción y productividad conseguidos han permitido a algunos países reducir significativamente la subnutrición (India y China) o convertirse en exportadores de arroz (Tailandia, Viet Nam e Indonesia). Sin embargo, lo cierto es que a pesar de esos progresos la pobreza extrema y la subnutrición crónica no han desaparecido de esos países.

Incluso en regiones a las que llegó la revolución verde, muchas pequeñas explotaciones, mal equipadas y con muy bajos ingresos, no tuvieron la posibilidad de acceder a los nuevos medios de producción. Ante la imposibilidad de invertir y progresar, vieron disminuir sus ingresos a causa del descenso de los precios agrícolas reales. Muchas de ellas quedaron reducidas a un nivel de extrema pobreza y acabaron por desaparecer. Sobre todo, vastas regiones montañosas de difícil acceso con una agricultura de secano o con un riego poco desarrollado quedaron al margen de la revolución verde. Las variedades cultivadas en esas regiones (mijo, sorgo, taro, batata, ñame, plátano y yuca) apenas se beneficiaron de la selección genética o no se beneficiaron de ella en absoluto. Lo mismo cabe decir de las variedades de los principales cereales (trigo, maíz y arroz), adaptadas a unas condiciones locales difíciles (altitud, sequía, salinización, aridez y anegamiento). Por ejemplo, la producción mundial de mijo apenas alcanza en promedio los 800 kg/ha y la del sorgo no llega a 1 500 kg/ha.

Las regiones menos accesibles, a las que apenas llegó la revolución verde, quedaron durante largo tiempo al abrigo de las importaciones baratas de cereales y otros alimentos básicos procedentes de las regiones y países más adelantados. Las regiones olvidadas por la modernización pudieron mantener sus sistemas de producción (diversidad, razas, aperos, sistemas y combinaciones de cultivos y ganado), su población y su cultura durante más tiempo que otras. Pero en cuanto llegó a ellas el transporte motorizado y el comercio, también se incorporaron al comercio interregional y quedaron expuestas a las mencionadas importaciones baratas.

La integración en los mercados mundiales puede ser un arma de doble filo para los agricultores de los países en desarrollo.

Si percibiera lo mismo que los cultivadores de cereales bien equipados de los países desarrollados (es decir, menos de 15 euros por 100 kg) un cultivador manual de cereales que produjera diez quintales netos ganaría menos de 150 euros al año. Sin embargo, debe reservar al menos 700 kg para alimentar a la familia, de forma que los ingresos en efectivo no superarían los 50 euros anuales, a condición de que el agricultor no tuviera que pagar una renta por la tierra, ni intereses sobre los préstamos, ni impuestos. Con esos niveles de ingresos, tardaría toda la vida en poder comprarse un par de bueyes y un equipo básico de tracción animal, suponiendo que pudiera invertir en esa compra todos sus ingresos en efectivo; tendrían que transcurrir tres siglos para que pudiera comprar un pequeño tractor. En estas condiciones, los agricultores tratan de aprovechar las posibilidades que ofrece el comercio exterior destinando una parte de sus recursos y su trabajo a comercializar cultivos (algodón, palma aceitera, caucho, café, cacao, banano, piña, té, etc.). Pero ello comporta la disminución de la producción local de alimentos y la dependencia alimentaria, y, como están mal equipados y son poco productivos, la mayor parte de ellos no tienen la posibilidad de invertir y progresar lo suficiente como para soportar el descenso constante de los precios agrícolas reales. Introducidos en el mercado en esas condiciones, centenares de millones de campesinos mal equipados de las regiones más desfavorecidas son víctimas de una triple crisis económica, ambiental y nutricional.

Como consecuencia del descenso de los precios agrícolas, sus escasos ingresos monetarios resultan insuficientes para mantener y renovar completamente su equipo y sus insumos, lo que erosiona aún más su capacidad productiva. En ese momento, es posible enviar a alguno de los miembros vigorosos de la familia para que encuentre un trabajo temporal o permanente en otro lugar, aunque eso debilite aún más la capacidad productiva de la explotación. Entonces, la supervivencia temporal de la explotación sólo es posible recurriendo a la descapitalización (la venta de ganado, la no renovación del equipo), la reducción del consumo, la subnutrición y la emigración de una parte de la fuerza de trabajo.

La reducción del equipo, la disminución de la fuerza de trabajo y la degradación de la fertilidad del ecosistema cultivado conducen también a los agricultores a simplificar sus sistemas de cultivo, y los cultivos «pobres», que exigen menos fertilizantes minerales y mano de obra, sustituyen a otros cultivos más exigentes. Este hecho, unido a la casi desaparición de los productos animales, da lugar a graves de carencias de proteínas, minerales y vitaminas. De esa forma, a la subnutrición se añade la malnutrición resultante de la degradación del ecosistema cultivado.

Estos son los mecanismos económicos y ambientales básicos que explican por qué los campesinos indigentes de las regiones agrícolas pobres son el núcleo más numeroso de los más de 800 millones de personas subnutridas que existen en el mundo15. Las tres cuartas partes de ellos viven en las zonas rurales y son en su mayoría campesinos pobres. Como una parte importante de esos agricultores aquejados por el hambre y otros habitantes de las zonas rurales emigran cada año a los núcleos urbanos superpoblados, y como el número de campesinos que sufren de desnutrición crónica se mantiene constante año tras año, la población campesina desfa-vorecida debe experimentar un proceso constante de renovación.

Reducida a los límites de la supervivencia, esta población campesina depauperada está a merced de la más ligera adversidad, ya sea climática (inundaciones o sequías), biológica (enfermedades de las plantas, animales o humanas), económica (descenso de los precios agrícolas) o, lo que es cada vez más frecuente, política (guerras), pues la pobreza extrema y el hambre son dos elementos más de las complejas causas de los conflictos locales o regionales16.

Este proceso de empobrecimiento y exclusión no afecta todavía a todo el campesinado que se dedica al cultivo manual. Aqueja a los más desfavorecidos, especialmente numerosos en las regiones de pocos recursos o en los lugares donde las circunstancias agravan su condición: obstáculos naturales (precipitaciones insuficientes o excesivas, frío o salinización), obstáculos infraestructurales (falta de riego), obstáculos estructurales (explotaciones minifundistas, precariedad de la tenencia de la tierra) y políticas desfavorables para la agricultura (sobrevaloración de la moneda, subvención a las importaciones de alimentos, imposición de las exportaciones agrícolas, fluctuación de los precios e inversiones públicas limitadas).

Las transformaciones agrícolas del último medio siglo no se limitan a los dos extremos de la revolución agrícola contemporánea y la revolución verde, por un lado, y al empobrecimiento, la exclusión y el hambre, por otro. Un análisis más a fondo pone de manifiesto que la agricultura está experimentando en todo el mundo un proceso de cambio que no tiene su origen en esas revoluciones agrícolas pero que contribuye en una forma y un grado determinados al proceso de modernización. En efecto, la agricultura es un sector dinámico. Los agricultores más modestos de las sabanas africanas, los Andes y los altos valles de Asia adoptan constantemente nuevas plantas y nuevos animales procedentes de otros continentes y, cuando pueden permitírselo, nuevas herramientas metálicas y nuevos aperos manuales o de tiro. Lo que es más importante, para adaptarse a unas condiciones económicas, ambientales y demográficas que cambian sin cesar (y que muchas veces empeoran), combinan y recombinan constantemente cultivos y variedades, sistemas de producción y razas animales, y herramientas nuevas y antiguas para crear nuevos sistemas productivos.

Por ejemplo, en los suelos fuertemente lixiviados de las sabanas pobres de las mesetas de la zona central del Congo, los campesinos batéké han puesto a punto durante los últimos decenios sistemas que combinan la horticultura, los cultivos anuales (papas, frijoles y tabaco) en suelos realzados, el cultivo bienal de yuca en caballones y las plantaciones de café en la sombra de arboledas restauradas emplazadas en huertos comunales abandonados17. Otro ejemplo a destacar es el de la horticultura combinada con la cría de animales pequeños en las colinas de Burundi o Haití, que se practica en condiciones de secano en terrenos a veces muy pendientes, y que sostiene poblaciones de varios centenares de habitantes por km2.

Los más destacables son los sistemas mixtos con una utilización intensiva de la biomasa, en los que se combinan los cultivos, la arboricultura, el mejoramiento genético y, en ocasiones, incluso la acuicultura, y que han adquirido gran pujanza en las regiones más pobladas del mundo. Por ejemplo, en algunas llanuras, valles y deltas del Asia sudoriental (zona centro-meridional de Java, delta del Mae Klong en Tailandia y delta del Mekong en Viet Nam), los sistemas agrícolas alternan la agricultura en cuadros elevados (con el cultivo de tubérculos, raíces y hortalizas en plantaciones de bananos, papayas, cocoteros y palma de azúcar, etc.) con la acuicultura o el cultivo de arroz por anegamiento, con dos o tres cosechas anuales, que sostienen altas densidades de ganado mayor y menor y que proporcionan empleo, subsistencia e ingresos en efectivo a poblaciones1 000 a 2 000 habitantes por km2. En el valle del Nilo, en Egipto, sistemas de regadío de dos o tres cosechas anuales de forraje, cereales y hortalizas en o junto a plantaciones de bananos, cítricos, palmeras y otros árboles frutales también soportan densidades elevadas de población humana y animal18. Estos sistemas, con una mecanización motorizada escasa o nula y con cantidades limitadas de insumos, tienen una productividad relativamente modesta, pero la producción de biomasa utilizable (incluidas todas las formas de producción) por unidad de superficie excede con mucho la producción media de los sistemas de cultivo especializados en gran escala de los países desarrollados.

En los países desarrollados

Incluso en los países desarrollados, la revolución agrícola tiene sus límites e inconvenientes. En las regiones templadas con una sola campaña agrícola, es difícil superar rendimientos anuales de 12 000 kg de cereales por hectárea o de 12 000 litros de leche por cada vaca. La degradación del medio ambiente y de la calidad de los alimentos aumenta con el uso excesivo de fertilizantes y productos químicos agrícolas, la concentración excesiva de la producción animal y el reciclado de desechos orgánicos posiblemente insanos en los piensos compuestos. La intensa mecanización, la emigración rural y el abandono de las tierras de cultivo plantean problemas cada vez más apremiantes de empleo y mantenimiento de la tierra.

Para hacer frente a estos excesos, que es necesario abordar de alguna forma, en muchos lugares de los países industrializados se practican ya formas alternativas de agricultura. Estos sistemas utilizan menos recursos no renovables y tienen más en cuenta el medio ambiente, la calidad de los productos y la utilización adecuada de la tierra y la población (agricultura ecológicamente racional, agricultura orgánica, agricultura destinada a mejorar el medio ambiente). Estas prácticas agrícolas están en consonancia con las aspiraciones del público y de muchos agricultores19 y, sin duda, adquirirán gran importancia en el futuro.

EVALUACIÓN Y PERSPECTIVAS

En lo que concierne a las perspectivas de futuro, lo primero que hay que plantearse es si con la puesta en valor de nuevas tierras de cultivo, la extensión de la revolución agrícola y el desarrollo de formas ambiental y económicamente sostenibles de agricultura con un gran valor añadido, tanto en los países desarrollados como en desarrollo, será posible técnicamente aumentar la producción mundial de alimentos para satisfacer las necesidades, en cantidad y calidad, de la población humana mucho más numerosa de los decenios futuros.

La segunda cuestión es si estos acontecimientos que se producirán en la esfera de la agricultura tendrán lugar en unas condiciones económicas y sociales que permitan finalmente a los sectores de población más desfavorecidos acceder a alimentos suficientes.

Tras un proceso de modernización que se prolonga desde hace 50 años, la producción agrícola mundial es más que suficiente para alimentar adecuadamente a 6 000 millones de seres humanos. La producción de cereales por sí sola, que ascienden a unos 2 000 millones de toneladas o 330 kg por persona y año, y que representan 3 600 kcal por persona y día, podría cubrir ampliamente las necesidades energéticas de toda la población si estuviera bien distribuida20. Sin embargo, la disponibilidad de cereales varía muy notablemente de unos a otros países: es de más de 600 kg por persona y año en los países desarrollados, donde se utiliza en su mayor parte como pienso, pero se reduce a menos de 200 kg por persona y año en los países más pobres. Además, dentro de cada país, el acceso a los alimentos o los medios para producirlos es muy desigual. Por ello, hay segmentos importantes de población que carecen en muchos países de los alimentos necesarios. Por otra parte, como ya se ha señalado, la mayor parte de los 830 millones de personas que sufren de subnutrición crónica pertenecen a la comunidad agrícola pobre.

La seguridad alimentaria mundial está determinada por los métodos de producción de los agricultores pobres y por el poder adquisitivo de los consumidores de escasos recursos.

Por consiguiente, el problema de la seguridad alimentaria mundial no es a corto plazo un problema técnico, ambiental o demográfico, sino ante todo un problema de carencia de medios de producción por los campesinos más pobres del mundo, que no pueden satisfacer sus necesidades de alimentos. Estriba también, por tanto, en la falta de poder adquisitivo de otros consumidores pobres de las zonas rurales y urbanas pobres, en tanto en cuanto la pobreza de los no agricultores es consecuencia también de la pobreza rural y de la emigración desde las zonas agrícolas.

La transición demográfica (es decir, la disminución de la fecundidad y, por tanto, del crecimiento demográfico) que se inició hace largo tiempo en los países desarrollados y que está tomando cuerpo en los países en desarrollo, ha llevado a muchos demógrafos a predecir que la población mundial alcanzará unos 10 000 millones de habitantes en 2050 y se estabilizará en torno a los 12 000 millones en la segunda mitad del siglo XXI, esto es, el doble de la que existe en el año 2000. Los expertos consideran que habrá que triplicar la producción21 para poder eliminar el hambre y la malnutrición y alimentar adecuadamente a una población que habrá duplicado su tamaño, más vigorosa y de mayor edad.

Cabe preguntarse, pues, si las necesidades de la humanidad superan la capacidad de nuestro planeta desde el punto de vista de los recursos de tierras y aguas. En efecto, muchas regiones ya están totalmente explotadas y en algunos casos peligrosamente sobreexplotadas y degradadas (erosión, disminución de la fertilidad orgánica, contaminación, etc.).

Al mismo tiempo, hay muchas regiones con un importante potencial que no están explotadas o se encuentran infrautilizadas. Los datos de la FAO indican que no sería difícil ampliar notablemente la agricultura de secano y de regadío en varias regiones sin perjudicar al medio ambiente, especialmente mediante una utilización adecuada de la tierra22.

Además, la revolución agrícola actual todavía puede producir altos rendimientos en muchas regiones, aunque desde luego es necesario corregir sus excesos. Se puede extender a nuevas tierras en los países en desarrollo y puede incluso poner en cultivo tierra abandonada en los países desarrollados (terrenos montañosos y pedregosos) a condición de que se diversifiquen y adapten sus recursos biológicos y mecánicos. También la revolución verde en su forma clásica puede conseguir todavía progresos importantes en lo que respecta a los rendimientos y la superficie en regiones donde ya se ha desarrollado.

Una nueva revolución verde debería extenderse a las regiones y los agricultores de escasos recursos, y a especies y variedades «huérfanas» que anteriormente se dejaron de lado.

Se podría iniciar una segunda revolución verde en todas las regiones olvidadas hasta ahora, incluso las más desfavorecidas, siempre que se lleve a cabo un estudio pormenorizado de los sistemas agrícolas, las experiencias, los activos, las limitaciones y las necesidades de los agricultores de esas regiones de escasos recursos, que sirva como base para adoptar los proyectos y políticas apropiados y que se aplique decididamente la selección a las especies «huérfanas» y a variedades y razas adecuadas para esas regiones. Algunos hablan de la revolución «doblemente verde» o «siempre verde» para referirse a esta renovación y revitalización profundas de la revolución verde con el fin de que se extendiera a regiones, poblaciones y especies vegetales y animales hasta ahora descuidadas.

Considerando estas formas diferentes de progreso agrícola y la experiencia de los últimos decenios, algunos economistas -muy influyentes en los últimos veinte años y que llevan al extremo el liberalismo optimista- creen que el aumento de productividad y el descenso de los precios agrícolas reales derivados de la liberalización del comercio y de la intensificación de la competencia internacional determinarán una abundancia de alimentos a bajo costo para la mayoría de la población del mundo. Creen también que la redistribución de los ingresos y la asistencia a los más pobres supondrá, a corto y medio plazo, la reducción del número de personas aquejadas por el hambre y en situación de extrema pobreza.

En una perspectiva a largo plazo, con una circulación de capital sin restricciones, el desarrollo de la industria y del sector de los servicios será suficiente para eliminar el desempleo y la pobreza masiva en todo el mundo y para producir una cierta convergencia del desarrollo humano en las diferentes regiones del planeta.

Sin embargo, la liberalización que se contempla se refiere únicamente al movimiento de mercancías, servicios y capital, pero no al libre desplazamiento de la masa de trabajadores poco cualificados excluidos del sector del campesinado en los países en desarrollo; tampoco comporta el acceso sin límites de los campesinos excluidos de la agricultura en el Sur a la tierra, infraestructuras, crédito y empleo del Norte.

Si bien es cierto que en el mundo actual prevalece el liberalismo optimista, muchos economistas consideran esta perspectiva como un espejismo inalcanzable. Aparte de las imperfecciones de los mercados reales (mayores economías de escala, monopolios, monopsonios, asimetría de información, costos de transacción), no se puede ignorar que en el lapso de sólo unos decenios, los mercados internacionales de alimentos han podido absorber vastas entidades económicas históricas nacionales y regionales, con importantes disparidades en cuanto al desarrollo y la productividad. En esas condiciones, los precios del mercado internacional de los productos agrícolas, que han caído a su nivel más bajo, han contribuido a hacerlos más accesibles a los consumidores, pero al mismo tiempo han llevado a un desarrollo interrumpido, al empobrecimiento y, por último, a la exclusión de capas importantes de los sectores campesinos más desfavorecidos del mundo.

En los últimos veinte años de movimiento libre de mercancías, servicios y capital, pero no de personas, el éxodo agrícola masivo ha excedido con creces la capacidad de acumulación de capital y de generación de empleo de la economía mundial, particularmente en los países del Sur, y al mismo tiempo se han ampliado las disparidades entre los países y dentro de ellos, así como la incidencia de la pobreza masiva23.

La experiencia de los últimos decenios pone también de manifiesto que la ayuda internacional, los proyectos de desarrollo y las políticas de redistribución de los ingresos no han conseguido erradicar la pobreza y el hambre, a pesar de sus aspectos positivos y de sus éxitos innegables. En particular, la asistencia dirigida a los grupos sociales vulnerables, que se ha acompañado de medidas de ajuste estructural y políticas de estabilización, ha quedado lejos de conseguir sus objetivos.

Por consiguiente, si en los inicios del siglo XXI continúa la liberalización del comercio de alimentos, mercancías y servicios, y de capital, sin el libre movimiento de personas y sin ofrecer los medios materiales y reglamentarios para que todo el mundo pueda gozar de los derechos económicos básicos, no cabe esperar sino que persistan la extrema pobreza y la subnutrición crónica en las zonas rurales durante mucho tiempo y que se perpetúen el éxodo agrícola, el desempleo y los bajos salarios en los países más pobres que tienen pocos recursos (o ninguno) aparte de la agricultura. Esto contribuirá a mantener muy bajos en esos países los precios de los bienes y servicios exportados, así como los ingresos privados y públicos, imposibilitando que puedan disponer de los recursos necesarios para proveer los servicios públicos mínimos exigidos para el desarrollo y una buena gestión pública.

A escala más general, la debilidad de la demanda efectiva de esos países, que conforman más de la mitad de la humanidad24, y su participación limitada en el comercio internacional continuarán obstaculizando el crecimiento de ese comercio y dificultarán gravemente el desarrollo de la economía mundial.

Una serie de medidas parecen esenciales para producir un volumen suficiente de alimentos accesibles para 10 000 ó 12 000 millones de personas y para satisfacer sus expectativas en lo que a la calidad del medio ambiente y de los productos se refiere. Hay argumentos poderosos para dar prioridad a los problemas de los agricultores pobres al abordar el desarrollo y la seguridad alimentaria. Rescatar de la exclusión y la pobreza a la mitad más indigente de la población campesina del mundo es un objetivo social y humanitario esencial en sí mismo, pero no es menos importante que esos campesinos puedan desempeñar un papel tangible en el objetivo de la triplicar la producción mundial de alimentos que deberá conseguirse en los próximos decenios. El primer elemento de un planteamiento basado en los agricultores más indigentes supone desarrollar su capacidad para producir alimentos, tanto en volumen como en calidad, para contribuir a mejorar su estado nutricional y como una forma directa e indirecta de crear empleo e ingresos para los grupos más pobres de la población. En la siguiente sección de este capítulo se analizan la importancia de estos objetivos y las medidas de política necesarias para conseguirlos.

imagenes en sitio fuente: Cuando en 1950 2 500 millones de personas disponían de menos de 2 450 kcal per cápita. Esto significa que durante los últimos 50 años, el aumento de la producción agrícola mundial ha sido 1,6 veces superior a la producción total conseguida en 1950, diez mil años después de que se iniciara la historia de la agricultura2. Este extraordinario incremento de la producción de alimentos se explica en razón de:

la difusión en los países desarrollados de la revolución agrícola moderna (caracterizada por la motorización, la mecanización en gran escala, la selección, la utilización de productos químicos y la especialización) y su expansión en algunos sectores de los países en desarrollo;
la existencia, más notable en los países en desarrollo, de una revolución verde (caracterizada por la selección de determinadas variedades de cereales y otras plantas domésticas de alto rendimiento adecuadas a las regiones cálidas, y por la utilización de productos químicos), una forma de revolución agrícola moderna que no depende de una motorización mecanizada en gran escala;
la expansión de la superficie de regadío, que ha pasado de 80 millones de hectáreas en 1950 a unos 270 millones de hectáreas en la actualidad;
la expansión de la superficie cultivable de la tierra bajo cultivos permanentes, que ha pasado en ese mismo período de 1 330 millones de hectáreas a 1 500 millones de hectáreas3;
la adopción de sistemas agrícolas mixtos que utilizan profusamente la biomasa disponible (combinando los cultivos, la arboricultura, la ganadería y, en ocasiones, la piscicultura) en la mayor parte de las zonas densamente pobladas del mundo que no disponen de nuevas tierras para la agricultura y para el ri