Hay un abismo entre afirmar que la dieta mediterránea “reduce” las enfermedades cardiovasculares y afirmar que las personas que siguen esta dieta “presentan” menos enfermedades de este tipo. Este abismo es el que media entre una relación causa-efecto y una simple asociación, no necesariamente causal. Y este abismo es el que hay entre la conclusión de uno de los principales ensayos clínicos sobre nutrición de los últimos tiempos (el estudio PREDIMED, publicado en el New England Journal of Medicine el 4 de abril de 2013 y dado a conocer poco antes en la web) y la conclusión de la nueva versión del estudio (publicada el 21 de junio de 2018), tras la retirada de la primera por deficiencias en la ejecución. La historia de esta retractation es toda una lección de mala y buena ciencia, a la vez que un buen ejemplo de las dificultades de establecer conclusiones firmes sobre nutrición humana y de la montaña rusa de los mensajes sobre alimentación y salud.
Hace cinco años, cuando salieron a la luz los resultados del estudio Primary Prevention of Cardiovascular Disease with a Mediterranean Diet (PREDIMED), la prensa más prestigiosa, desde el New York Times a The Guardian, destacó el hito que representaba este ensayo clínico realizado en España. Un medio tan poco dado al sensacionalismo como es NPR (National Public Radio tituló: La prueba española: la dieta mediterránea brilla en un estudio clínico. La prueba no era otra que la constatación de que el refuerzo de una dieta mediterránea con aceite de oliva o frutos secos reduce un 30% la incidencia de infartos, ictus o muerte en personas con riesgo cardiovascular elevado (el riesgo absoluto se reducía del 1,7% al 2,1%). Incluso un científico escéptico y cascarrabias metodológico como John Ioannidis aplaudió en un editorial del BMJ de ese año la llegada de ensayos prometedores como PREDIMED y sus interesantes resultados, aunque ya advertía que la estimación de la magnitud del efecto era probablemente exagerada.