El manejo de plagas y el uso de plaguicidas en la agricultura

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La detección temprana de las plagas y la aplicación de medidas de control racionales y efectivas son tareas priorizadas para quienes tienen la responsabilidad de la protección fitosanitaria.

La intensificación de la agricultura, motivada por la necesidad de proveer productos agrícolas a una población cada día creciente, trae como consecuencia la proliferación de plagas y enfermedades. La alta presión de los diferentes problemas fitosanitarios y su manejo inadecuado, conducen a que éstos ejerzan un impacto negativo no sólo en las cosechas, sino en el suelo, el agua y en la calidad del agroecosistema. Por ello, día a día, es fundamental que los productores realicen un manejo integrado de plagas, partiendo del diagnóstico adecuado e incorporando prácticas como el uso de estrategias de control biológico, control botánico y prácticas de manejo cultural, entre otras. (Rosquete, 2011).

La intensificación de la agricultura, motivada por la necesidad de proveer productos agrícolas a una población cada día creciente, trae como consecuencia la proliferación de plagas y enfermedades. La alta presión de los diferentes problemas fitosanitarios y su manejo inadecuado, conducen a que éstos ejerzan un impacto negativo no sólo en las cosechas, sino en el suelo, el agua y en la calidad del agroecosistema. Por ello, día a día, es fundamental que los productores realicen un manejo integrado de plagas, partiendo del diagnóstico adecuado e incorporando prácticas como el uso de estrategias de control biológico, control botánico y prácticas de manejo cultural, entre otras.
Importancia de las plagas

Las plagas se encuentran entre los factores limitantes más importantes de la productividad de los sistemas agroforestales y pecuarios. Trátese de insectos, patógenos o malezas, estos organismos son responsables del 37 al 50% de las pérdidas reportadas en la agricultura mundial (Barrera, 2007). Este autor afirma que a lo largo de la historia, con el propósito de eliminar o contrarrestar estas pérdidas, el ser humano ha desarrollado diversas tecnologías y ha implementado infinidad de programas de control en todo el mundo.

La lucha contra las plagas se ha desarrollado acorde al crecimiento de la producción agraria y el surgimiento de las tecnologías que sustentan las producciones intensivas, generalmente influenciadas por factores económicos y sociales. Como plantea (Vázquez, 2004), posterior a la II Guerra Mundial hubo un crecimiento vertiginoso de la industria de los agroquímicos, en que los plaguicidas y su tecnología de utilización se desarrollaron al extremo de que han contribuido al surgimiento de problemas medio ambientales, sociales y económicos de diversa índole, clasificándose este periodo tecnológico como Revolución Verde, porque el propósito fundamental ha sido obtener crecimientos productivos, independientemente de las consecuencias colaterales.

En la actividad agrícola es de vital importancia que en cada ciclo productivo se obtenga la mayor cantidad de beneficios y evitar que los cultivos sean dañados por organismos no deseados que en ocasiones transmiten enfermedades al hombre (Rosquete, 2011).
Uso de Plaguicidas en el manejo de las plagas

Barrera (2007) afirma que a lo largo de la historia, con el propósito de eliminar o contrarrestar estas pérdidas, el ser humano ha desarrollado diversas tecnologías y ha implementado infinidad de programas de control en todo el mundo. Y señala que las plagas se encuentran entre los factores limitantes más importantes de la productividad de los sistemas agroforestales y pecuarios. Trátese de insectos, patógenos o malezas, estos organismos son responsables del 37 al 50% de las pérdidas reportadas en la agricultura mundial. Según PAN-UK (2009) a nivel mundial se venden más de 800 ingredientes activos en decenas de miles de formulaciones de plaguicidas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los plaguicidas sintéticos fueron la novedad científica del momento. Estos agentes químicos tenían como atractivo ofrecer a los agricultores una solución definitiva contra las plagas que afectaban sus cultivos y, por tanto a sus ganancias. Sin embargo, esta fue una promesa y además ha contribuido al surgimiento de problemas ambientales, sociales y económicos (Vázquez, 2004a; Gliessman, 2008).

Los plaguicidas ocasionan desbalance ecológico; contaminación ambiental; efectos nocivos sobre enemigos naturales y organismos no blanco; resistencia, resurgimiento y brotes de plagas secundarias; trofobiosis; y alteraciones de la población microbiana del suelo (Rivera et al., 2002; Elizondo, 2006).

El control químico está basado en el uso de plaguicidas. Estas sustancias se usan extensamente en la agricultura y en la salud pública, a pesar de las preocupaciones por el daño que ocasionan, presentando en los últimos años un aumento en su uso; ésta tendencia está más acentuada en los países en desarrollo; donde se registran intoxicaciones y muertes que se producen por sus efectos crónicos, los cuales no se conocen en toda su extensión (PAN-UK, 2009).

En la actualidad existen a nivel mundial, cerca de 1.500 ingredientes activos de plaguicidas y 60.000 preparados comerciales o formulaciones de los mismos; y se estima que aproximadamente el 85% de los plaguicidas empleados en el mundo se dedican al sector agropecuario donde se consideran valiosas armas para evitar los daños ocasionados por plagas (Jiménez, 2009), esto claro está desde la visión de la agricultura industrial y el enfoque reduccionista, que difiere del enfoque agroecológico.

Chelala (2000), señala que el desarrollo de los plaguicidas ha sido un avance científico importante que ha favorecido la agricultura, pero que afecta en mayor o menor medida al medio ambiente, los seres humanos y a los animales, especialmente cuando se utilizan de forma inadecuada, ocasionando desbalances ecológicos que favorecen aún más a los organismos nocivos, a la vez que tienen efectos negativos sobre los enemigos naturales y otros organismos benéficos.

El uso de plaguicidas es causa del fenómeno de resistencia, resurgimiento y brotes de plagas secundarias, además de alteraciones de la población microbiana del suelo (Elizondo, 2000).

Toxicidad de los plaguicidas

La toxicidad es una propiedad que se define en función de la cantidad de productos químicos que han sido administrados o absorbidos, la vía de exposición (inhalación, ingestión, aplicación tópica, inyección) y su distribución en el tiempo (dosis únicas o repetidas), además del tipo y severidad de la lesión, el tiempo requerido para producirla, la naturaleza del organismo u organismos afectados y otras condiciones relevantes (Duffus, 1997).

Desde el punto de vista laboral, existe una gran complejidad en los patrones de uso de los plaguicidas, a la vez que una gran variedad de formas e intensidades de exposición; sin embargo, es la población económicamente activa del sector agrario la que tiene una mayor exposición dado que allí se utiliza el 85 % de los plaguicidas, aunque en general existen afectaciones a comunidades rurales que viven cerca de donde se hacen aplicaciones, familiares de trabajadores agrícolas, especialmente niños y mujeres embarazadas y toda la población que está expuesta a los alimentos y aguas contaminadas por residuos de plaguicidas (Bejarano et al., 2008).

En muchos países en desarrollo, el empleo de plaguicidas sigue representando un grave riesgo, estimados de la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconocen que cada año los efectos a largo plazo de la exposición habitual a ellos provocan a menudo enfermedades crónicas como el cáncer (aún en estudio), trastornos neurológicos y del aparato reproductor; casi todos los casos se presentan en zonas rurales donde ocurre el 99% de las muertes por intoxicación con esas sustancias (Pérez y Montano, 2007).

En una investigación realizada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) para estimar los casos de envenenamiento no reportados en la región, comparando el número de los notificados con la población censada (Murray et al., 2002) se encontró que 98% de los envenenamientos con plaguicidas no se informan, 76 % de los afectados son trabajadores del sector agrícola y 5% de las personas expuestas experimentaron síntomas.

La OMS estima que cada año fallecen entre tres y veinticinco millones de personas por intoxicación con plaguicidas, de ellas más de 40000 por exposición involuntaria (EPA, 2007).

Plaguicidas: riesgos para la salud y el ambiente

La exposición a agentes químicos extremadamente tóxicos comienza a suceder tanto antes como después del nacimiento. Nadie sabe aún, cuáles serán los resultados de este experimento, ya que no contamos con ningún paralelo anterior que nos sirva como referencia (Carson, 1964). Esta aseveración fue hecha hace muchos años y cada día aparecen mayores evidencias del efecto nocivo de estos productos sobre la salud humana y el ambiente. Según Baron et al., (2004) si bien los mismos son de aparición reciente en la historia humana, muchos de ellos se distribuyeron e instalaron en todo el mundo.

Las aguas superficiales y subterráneas se contaminan durante los procesos de fabricación, transporte, almacenamiento o aplicación de plaguicidas. En las zonas agrícolas ocurre directa o indirectamente, cuando se aplican al agua para matar larvas de mosquitos u otros organismos acuáticos, por derivas, por escorrentía, por drenajes de áreas agrícolas tratadas y durante el lavado de equipos de aspersión o por derrames accidentales (Nivia, 2001).

Nivia (2001), señala que el suelo se contamina por aspersión a cultivos o por desechos tóxicos de plaguicidas, como empaques, envases y restos de plaguicidas sin utilizar. Estos pueden causar múltiples efectos a las poblaciones de organismos del suelo, a la viabilidad de las semillas y a los procesos fisiológicos de los cultivos, afectando al complejo viviente que son los suelos, cuya fertilidad depende de organismos micro y macroscópicos que los habitan.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), plantea que cada año ocurren entre uno y cinco millones de casos de intoxicaciones por plaguicidas, sobre todo en los países en desarrollo además de las enfermedades crónicas originadas por la exposición habitual a los plaguicidas (Pérez y Montano, 2006).

Una de las regiones del mundo donde más crítica es la situación por el alto consumo de plaguicidas es Centro América, en un estudio realizado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) se encontró que el índice de envenenamiento anual fue de 40 000 víctimas, (Murray et al., 2002; Rosenthal, 2002).

Un gran número de sustancias artificiales que se han vertido al medio ambiente, tienen potencial para perturbar el sistema endocrino de los animales, incluidos los seres humanos, son los llamados disruptores hormonales o endocrinos. Entre ellas se encuentran las sustancias persistentes, bioacumulativas y organohalógenas que incluyen algunos plaguicidas (fungicidas, herbicidas e insecticidas), estos disruptores endocrinos interfieren en el funcionamiento del sistema hormonal suplantando a las hormonas naturales, bloqueando su acción o aumentando o disminuyendo sus niveles (Santamarta, 2000).

Dado que los mensajes hormonales organizan muchos aspectos decisivos del desarrollo, desde la diferenciación sexual hasta la organización del cerebro, las sustancias químicas disruptoras hormonales representan un especial peligro antes del nacimiento y en las primeras etapas de la vida. Los disruptores endocrinos pueden poner en peligro la supervivencia de especies enteras, quizá a largo plazo incluso la especie humana (Santamarta, 2000).

Existe una documentación amplia sobre el problema de los disruptores endocrinos que viene a poner de manifiesto que no se trata sólo de un problema que ha de abordarse desde la salud pública, sino que implica a su vez la salud laboral y el ambiente. Es necesario hacer visible este problema (ISTAS, 2001).

Nivia (2001), en la publicación ‘Efectos de los plaguicidas sobre el medio ambiente y el hombre’, hace un amplio análisis sobre este tema donde plantea que la exposición a plaguicidas puede reducir la producción y función de los linfocitos o glóbulos blancos y otras células del sistema defensivo, incrementando el riesgo de enfermedades infecciosas, parasíticas y de cánceres asociados con inmunosupresión.

En estudios epidemiológicos realizados en varias regiones del mundo se ha comprobado la relación existente entre exposición a plaguicidas e incremento en infecciones respiratorias como bronquitis, gripe, resfriados, infecciones gastrointestinales, renales, del tracto urinario y del tracto genital femenino; entre los plaguicidas involucrados se encuentran: pentaclorofenol, clorpirifos, aldicarb, hexaclorobenceno y compuestos organoclorados persistentes. Los niños parecen ser particularmente susceptibles a los efectos supresores de los plaguicidas sobre células del sistema defensivo (Nivia, 2001).

Entre los plaguicidas que han mostrado efectos cancerígenos en animales de laboratorio se hallan los insecticidas clordano, clordimeform, DDT, diclorvos, dieldrin, propoxur; los fungicidas benomil, captafol, captan, clorotalonil, folpet, maneb, mancozeb; y los herbicidas alaclor, amitrole, atrazina, bromacil, 2,4-D, diquat, diuron, glifosato, molinate, paraquat y trifluralin (Rosignoli, 2013).

Otro de los riesgos para la salud humana y de animales domésticos y salvajes que presenta el uso de plaguicidas es el de las mutaciones. Las mutaciones son cambios en los genes, los cuales tienen la información hereditaria que se encuentra en todas las células, incluyendo óvulos y espermatozoides. En pruebas con animales, se ha encontrado que algunos agentes que causan mutaciones también producen cáncer o defectos de nacimiento. Este efecto se ha determinado en plaguicidas de uso común como captan, dimetoato y endosulfán.

Los plaguicidas también afectan a los que están por nacer. Entre las sustancias que se sospecha o conoce que causan efectos teratogénicos en animales de laboratorio, se encuentran los insecticidas avermectina, clordimeform, endosulfan, metil paration, fensulfotion, forato y triclorfon; los fungicidas benomil, captafol, folpet, maneb, mancozeb, pentaclorofenol, tiabendazole y vinclozolin; y los herbicidas bentazon, cianazina , bromoxinil, 2,4-D, 2,4,5-T, dinoseb, molinate y trifluralina (Mármol et al.; 2003).

Las preocupaciones por el efecto de los plaguicidas sobre la salud humana y el ambiente condujeron a que en 1982, en Malasia, se fundara la Red de Acción en Plaguicidas (conocida como Pesticide Action Network, PAN, por sus siglas en inglés). Esta es una red internacional que trabaja por la eliminación de los plaguicidas químicos que se utilizan en la agricultura, salud pública y ambiental; además, promueve e implementa sistemas agrícolas sostenibles y el uso de prácticas para el control de plagas ambientalmente seguras (Pérez, 2005).

En América Latina está Red se conoce como Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América Latina (RAP-AL), de la cual Venezuela es miembro. Una de las tareas prioritarias de la organización en los últimos años es la campaña por la eliminación de los plaguicidas (Pérez, 2005).

Los efectos de los plaguicidas sobre la salud humana están ampliamente documentados en la literatura científica. Esa es una de las razones por la que personas de múltiples círculos están claras que la solución al problema de las plagas no puede estar centrada en el uso de plaguicidas (Pérez, 2004).

Según Farrera (2004) los efectos negativos de los plaguicidas son más notorios en países en desarrollo que en el mundo industrializado. De acuerdo con diversos estudios, se estima que en las naciones en desarrollo, aunque se utiliza sólo 20% de todos los agroquímicos disponibles en el mundo, ocurre 99% de todas las muertes ocasionadas por su uso arbitrario.

Por otra parte, se han reportado efectos crónicos de los plaguicidas en poblaciones mexicanas, los cuales incluyen efectos neurológicos, crecimiento intrauterino retardado, alto riesgo de abortos, partos prematuros, mala calidad espermática, susceptibilidad a la desnaturalización del ADN espermático, disrupción endocrina del eje hipotálamo-pituitario y genotoxicidad en la mucosa bucal (Pérez, 2008).

Estudios recientes demuestran que la contaminación, producto del uso de plaguicidas en Venezuela es alarmante. Entre las investigaciones realizadas en el área ambiental, existe un trabajo llevado a cabo por, donde se analizaron muestras de agua, arroz y suelos en el área de influencia del sistema de riego río Guárico, encontrándose trazas de DDT, Endrin y Dieldrin.

Existe otro grupo de investigaciones que revelan el efecto que han tenido los plaguicidas organoclorados sobre la salud humana. Por ejemplo, en 1995 se determinó que el 14 por ciento de los estudiantes de la Escuela Técnica Agrícola Ricardo Montilla en Acarigua, presentaban contaminación en sangre por plaguicidas organoclorados.

De acuerdo a FAO, las importaciones de insecticidas y fungicidas en miles de dólares en el 2003 fueron de: Colombia (38.559 y 28.524, respectivamente), Venezuela (12.426 y 6.280), Perú (17.086 y 11.534), Ecuador (22.672 y 50.631), Bolivia (11.443 y 7.707). (FAO 2004).

Flores-García et al., (2011) realizaron estudios en una región de intensa actividad agrícola en el estado de Mérida, donde determinaron la presencia de pesticida en el agua de seis acueductos que se usan para el consumo humano encontrando que los niveles de los Pesticidas usados no excedieron el máximo permitido por la ley venezolana, sin embargo, según las normas internacionales los valores eran por encima de los niveles permisibles máximos.

En Venezuela Rosignoli (2013), destaca la contaminación ambiental producto del uso inadecuado de agrotóxicos, considerándolos un problema de gran complejidad; pues afecta la salud de los trabajadores que manipulan los productos y de las familias que están expuestas, pues no se cumplen con las normas mínimas de higiene. Al contaminarse la mujer también, afecta al feto en estado de gestación porque está en la sangre de las madres durante la gravidez y al nacer los bebés reciben el tóxico a través de la lactancia materna.

Destaca este autor que por estos motivos, en el Estado Lara, actualmente se da una preocupante recurrencia de malformaciones en los niños nacidos en los últimos años con espina bífida, hidrocefalia, deformaciones congénitas, etc; además, existe una fuerte incidencia retraso mental en la región.

En este mismo artículo Rosignoli (2013), señala que en el año 2003 fue publicado un informe de investigación realizado sobre Factores Epidemiológicos y Defectos del Tubo Neural (DTN), verificando un aumento en la frecuencia de casos con malformaciones, resaltando que el 46% de los casos estudiados, el padre estuvo expuesto a pesticidas de uso doméstico y a agrotóxicos.

Mármol-Maneiro et al., (2003), en un estudio realizado en Venezuela, concluyeron que la exposición a los plaguicidas inhibidores de las colinesterasas produjo una disminución de la concentración, el porcentaje de motilidad y la viabilidad espermática en los trabajadores de control de plagas. Meeker et al., (2004) observaron una asociación marginal de los niveles urinarios de metabolitos del insecticida organofosforado clopirifós con la disminución de la concentración espermática en los sujetos expuestos ambientalmente.
Alternativas al uso de plaguicidas para el manejo de plagas

El uso de agroquímicos, como principal estrategia de control de plagas, ha dado grandes beneficios a la humanidad. Por ejemplo, estos productos contribuyeron a la reducción, incluso a la desaparición, de varias enfermedades en regiones enteras al eliminar a los artrópodos vectores, su participación en los paquetes tecnológicos durante la Revolución Verde, fue fundamental para llevar la producción de alimentos a niveles jamás vistos al permitir que las variedades mejoradas expresaran sumáximo potencial genético (Barrera, 2007).

Paradójicamente, el uso indiscriminado y extenso de los agroquímicos propició la incosteabilidad de muchos cultivos al incrementar los costos de producción, y como nunca antes, despertó la preocupación por los daños a la salud, el impacto en la biodiversidad y la contaminación del ambiente. Justamente, a fin de revertir el desastre en que cayeron los agroecosistemas así manejados, se desarrolló la estrategia MIP, la cual propuso modificaciones de fondo a los sistemas de producción y protección. (Barrera, 2007).

La aplicación del MIP privilegió el uso de otros métodos de control como los métodos culturales y biológicos, dejando a los plaguicidas para la ‘línea final de defensa’ y usándolos solo cuando se justificaran su uso. Se puede argüir, entonces, que el sobre uso y mal uso de los plaguicidas dio nacimiento a la filosofía del MIP. Bajo este argumento se considera que el MIP es una filosofía ‘reactiva’, y no ‘proactiva’, que tal vez no se hubiera convertido en lo que actualmente es sin los problemas ocasionados por los plaguicidas. (Barrera, 2007).

Dentro de las alternativas del MIP se encuentra el Manejo Ecológico de Plagas, la Agroecología y Manejo de Plagas, Manejo Integrado de la Biodiversidad entre otros; estos muestran con claridad un enfoque de sistemas y un énfasis en los procesos naturales que regulan los ecosistemas; éstos limitan el uso de medidas terapéuticas para el control de plagas, en tanto promueven acciones de manejo que consideran los impactos al sistema como un todo. (Anónimo, 2007).

El Manejo Ecológico de Plagas (MEP) responde a un enfoque agroecológico teniendo presente que en un agroecosistema existen complejas interrelaciones dinámicas entre plantas, herbívoros, depredadores, microorganismos, etc., estos organismos constantemente evolucionan por lo que el agricultor debe aprovechar esto y crear ambientes diversos, complejos, para minimizar el efecto de las plagas ya que la aparición de estas en un cultivo no es un hecho aislado y como tal se debe actuar (NRC, 1996).

Según Vázquez (2008) y Pérez (2010), definen el MEP como el aprovechamiento de la biodiversidad para prevenir, limitar, o regular los organismos nocivos a los cultivos, se sustenta en la aplicación de principios ecológicos para el diseño y manejo de agro sistemas sostenibles, significa aprovechar todos los recursos y servicios ecológicos que la naturaleza brinda, es el manejo de plagas con un enfoque holístico, con un enfoque de sistema.

El MEP se fundamenta en un conocimiento biológico profundo de los agroecosistemas por lo que es preciso e imprescindible entender cómo funciona, que los hace susceptible a la aparición y desarrollo de organismos de plagas, como diseñarlos y manejarlos y sobre todo para conocer el conjunto de las posibles alternativas no químicas para un manejo de plagas sostenible y ambientalmente seguro (Pérez, 2010).

El MEP va más allá de las recetas que caracterizan al MIP, y lo que destaca son principios que se pueden difundir, pero que toman formas tecnológicas especificas de acuerdo a las condiciones agroecológicas y socio-económicas de cada región, respetando la heterogeneidad de cada lugar y las necesidades y deseos de los agricultores, por lo que la participación de los campesinos en el proceso de investigación e implementación del MEP es esencial (Altieri y Rosset, 2004).

Estos autores consideran necesario entender por qué las plagas alcanzan proporciones epidémicas en los agroecosistemas y por qué estos se tornan susceptibles a las invasiones de las plagas. Para ellos de acuerdo a estos elementos, entonces la atención no está ya tanto sobre la biología y etología del insecto, sino más bien en cómo mejorar la inmunidad del agroecosistema y en como fomentar y utilizar los elementos de la biodiversidad funcional (depredadores, parasitoides, entomopatógenos, antagonistas, etc.) para prevenir y regular las poblaciones de organismos nocivos.

En esencia el MEP es el aprovechamiento de la biodiversidad para prevenir, limitar, o regular los organismos nocivos a los cultivos, significa aprovechar todos los recursos y servicios ecológicos que la naturaleza brinda, es el manejo de plagas con un enfoque holístico, con un enfoque de sistema (Vázquez, 2008; Pérez, 2009).

Pérez (2004) y Caballero et al., (2005) mencionan las siguientes prácticas:

Prácticas preparación de suelo: labranza de conservación.

Manejo del agua.

Manejo de la nutrición.

Uso de variedades resistentes a las plagas.

Destrucción e incorporación de residuos de cosecha.

Realizar solarización para la reducción de poblaciones de nemátodos, patógenos e insectos del suelo.

Rotación y asociación de cultivos.

Siembra de barreras vivas.

Siembra de cultivos trampas y repelentes.

Desinfección de herramientas y equipos de labranza.

Uso de semillas o posturas libres de plagas y de conocida calidad genética.

Incorporación de abonos verdes y/o materia orgánica.

Manejo de fechas y épocas de siembra.

Otros métodos de manejo de plagas que se pueden articular dentro del MEP son según El Hariry (2007):

Físicos: Reducen las poblaciones de plagas usando dispositivos que afecten físicamente o alteran su entorno físico, discos de alquitrán, tratamiento con agua caliente a semillas agámicas, entre otros

Etológico: Uso de repelentes y atrayentes; repelentes sonoros o lumínicos como la luz de onda corta que se refleja sobre pedazos de aluminio colocados entre las hileras de los cultivos; sustancias atrayentes como las feromonas; trampas de luz y de colores

Genéticos: Interfieren en la habilidad de los insectos para reproducirse

Extractos botánicos: Entre los más promisorios están los que provienen de plantas pertenecientes a las familias Meliaceae, Asteraceae y Anonaceae

Vázquez (2004a), clasifica a los extractos vegetales como plaguicidas bioquímicos, y propone para el manejo de las plagas como opción que el agricultor puede realizar en su finca el empleo de estos; se refiere a que estas plantas pueden existir naturalmente en la finca o ser cultivadas en determinados sitios con estos fines.

Según Vázquez (2004), a los agricultores hay que enseñarles las bases ecológicas para entender los problemas de las plagas y su relación con el manejo de cultivos. Este es un gran reto para los técnicos que trabajan directamente con los agricultores ya que estos últimos son los actores principales. No es suficiente que se conozcan los impactos negativos del control químico, ni es suficiente la sustitución de insumos químicos por biológicos, así como tampoco que se adquiera un determinado nivel de sensibilización y concientización, si no que las alternativas al control químico han de implementarse en el contexto del Manejo Ecológico de Plagas (MEP).

La primera legislación en materia de controles fitosanitarios fue emitida a inicios del siglo XX, cuando el entonces Congreso de los Estados Unidos de Venezuela promulgó el 2 de julio de 1931, la Ley sobre Defensas Sanitarias Vegetal y Animal. Posteriormente promulgó la nueva Ley sobre Defensas Sanitarias Vegetal y Animal, el 18 de junio de 1941. Estas leyes ayudaron a paliar la situación epidemiológica y fitosanitaria en el siglo XX. (Rosignoli, 2013)

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, establece como competencia del Poder Público Nacional en su artículo 156 numeral 32, legislar en materia de salud animal y vegetal, entre otras. En lo referido al marco constitucional vigente, los artículos 305, 306 y 307 establecen claramente entre otros aspectos: La obligación del Estado de promover una agricultura sustentable a fin de garantizar la soberanía y seguridad agroalimentaria de la población. (Rosignoli, 2013)

Los agricultores han adoptado diversas prácticas agroecológicas que se realizan a nivel del sistema de producción, en muchos casos sin conocer sus efectos fitosanitarios, aunque en los últimos años se ha incrementado su entendimiento por los técnicos y agricultores de los territorios agrícolas, principalmente las siguientes:

Reducción del tamaño de las unidades de producción: Esta práctica ha favorecido la diversidad de productores, por tanto a contribuido a la reducción del tamaño de los campos, que un mayor número de agricultores decidan sobre las prácticas a realizar en sus cultivos y que estas se ejecuten con mayor facilidad y menos insumos externos (Vázquez, 2006).

Diversificación de las producciones: Las demandas de incrementar y diversificar las producciones de alimentos han favorecido el incremento del número de cultivos por unidad de área, lo que repercute en la reducción de las afectaciones por plagas, debido principalmente a efectos como disuasión, repelencia, reducción de la concentración de recursos, favorecimiento de los enemigos naturales (Pérez y Vázquez, 2001; Leyva y Pohlan, 2005; Vázquez, 2004).

Rotaciones de cultivos: Es una práctica agronómica tradicional que ha tenido una gran sustentación científica bajo nuestras condiciones, y que se ha generalizado en el país como táctica fitosanitaria, principalmente para disminuir niveles de malezas y patógenos del suelo, entre otras plagas (Vázquez y Fernández, 2007).

Diversidad florística en la finca: Además de la diversificación de cultivos y los policultivos, se ha incrementado el manejo de las plantas repelentes, las plantas como refugio de enemigos naturales, las plantas con propiedades como preparados botánicos, las plantas alelopáticas, las barreras vivas, entre otras (Nichols et al., 2002; Veitía et al., 2004; Vázquez y Fernández, 2007).

Barreras vivas: Las barreras vivas son las plantas que se siembran convenientemente en los alrededores de los campos y que pueden tener varias funciones, principalmente las siguientes (Vázquez, 2004; Veitía et al., 2004):

Barrera física para poblaciones inmigrantes de plagas.

Confusión de los adultos inmigrantes de ciertas plagas.

Repelencia de plagas.

Refugio, alimentación y desarrollo de biorreguladores (reservorios).

Conclusiones

El impacto de los plaguicidas sobre los ecosistemas agrícola ha demostrado que estos productos influyen en la diversidad de especies, en la cadena alimentaria, en el flujo de energía, ciclos de nutrientes, genética de los organismos y en general en la estabilidad del sistema. Por otro lado la falta de conocimiento en cuanto al uso de los plaguicidas y los efectos adversos de estos en la salud humana y del medio ambiente, además de los deseos por mejorar los rendimientos de las cosechas, han llevado a los productores agrícolas en el mundo, a dosificar mal los productos químicos con todos los riesgos que esto significa. Esta situación existente en el mundo se agudiza cuando los productores agrícolas no siguen las recomendaciones técnicas del fabricante, en cuanto al tipo de producto, la dosis a aplicar para cada plaga y cultivo o en el momento de aplicación.