El Nobel de Economía recayó este año en el padre de la economía del comportamiento, el estadounidense Richard Thaler. Dice él que cada decisión económica -incluida la compra- es fruto de un proceso en el que se aplican tres “filtros”: una racionalidad limitada (se encapsulan las razones con las que nos sentimos cómodos), la percepción sobre lo que es justo, y la falta de autocontrol.
¿Y qué tiene que ver el huevo con todo eso? Pues en mi inquieto y poco ortodoxo análisis, mucho, ya que explica el cambio de paradigma que hace poco avanza en nuestro continente con los huevos libre de jaula, aupado por las exigencias del consumidor. Parámetros de eficiencia, de optimización de recursos, de menores costos para los más pobres que defiende con razón la avicultura comercial, no son atractivos ni generan tanta emoción como esa creciente tendencia.
Entonces he ahí el primer reto: encontrar la manera de aprovechar el mismo mecanismo para mantener el statu quo o definitivamente plegarse a lo que pida el mercado, si es que lo seguirá pidiendo. Si nos atenemos a lo que piensa Thaler, parece que sí: “la gente está dispuesta a renunciar a beneficios materiales (pagar más, por ejemplo), por lo que considera una distribución justa (gallinas sin jaula, puede ser)”.
Si se define la polémica a favor de la nueva corriente, eso llevaría a una regulación global y concertada que evitaría la tierra de nadie que hoy aprovechan muchos para timar bajo el eslogan del bienestar. Los otros dos retos para el huevo que se me vienen a la mente leyendo otras noticias recientes, se relacionan con su calidad de alimento y hasta de medicamento de primer nivel.
En nuestros países, el consumo del huevo tiene un gran potencial en la población más pobre que de a poco mejora sus condiciones y por ende, la calidad de sus alimentos. Pero mientras eso sucede, se podría agilizar la ingesta si se elimina “la barrera energética”, es decir, la dificultad de conseguir calor para cocinar el huevo.
¿Qué tal huevos vendidos junto a bolsas o empaques que generen autónomamente calor, como en las raciones militares? Depurar esa tecnología hasta hacerla barata y accesible le abriría nuevos nichos al buen huevo, la proteína más favorable y fácil de preparar. Finalmente, se sabe que en términos de salud se puede ir más allá de la prevención que ofrecen los huevos enriquecidos con micronutrientes mediante la alimentación de las ponedoras.
Además de su uso ya conocido para la producción de algunas vacunas, en Japón aseguran que se pueden concebir gallinas genéticamente modificadas para que sinteticen compuestos activos de medicamentos que estarían en sus huevos. Eso reduciría los costos de producción de dichos compuestos y de tratamientos totales para enfermedades catastróficas como el cáncer.
La engañosa y rica simpleza del huevo puede abrir horizontes insospechados. ¡Feliz Día Mundial del Huevo!
Fuente: WATTAgNet