El bienestar aviar y la producción de huevos

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Una conocida mía cuyo comportamiento alimentario venía rondando la ortorexia, esa preocupación morbosa por los alimentos, sorprendió gratamente a su círculo de amistades cuando decidió incorporar los huevos a su dieta. Empezó a comprar éstos en una granja ecológica, a la que acudía a comprarlos en persona, y le congratulaba el buen aspecto que tenían los gallineros al aire libre donde los ponían las gallinas. Un buen día se le ocurrió preguntar al granjero qué hacían con las gallinas cuando dejaban de poner huevos. Éste contestó: «¡Las mandamos a una residencia para gallinas ancianas. No te…!» A partir de ese momento dejó de consumir huevos y sus amigos volvieron a preocuparse por su salud.

Los sistemas de producción de huevos vienen siendo objeto de un intenso escrutinio crítico que ha conducido a nuevas modas de explotación y a nuevas normativas de producción tanto en Europa como en Estados Unidos. No hace mucho que las autoridades de la Unión Europea impusieron una nueva normativa en relación con las jaulas para gallinas, en virtud de la cual debían pasar a ser de mayores dimensiones y a ir provistas de una cortinilla que permitiera a las gallinas disponer de privacidad mientras ponían los huevos. Esta norma condujo a descartar cientos de miles de jaulas, muchas de las cuales fueron vendidas a países tales como Marruecos o Brasil, en los que ‒no debe sorprendernos‒ se dedicaron a enjaular a otras gallinas para producir huevos. Como efecto adicional de la nueva normativa, el censo de gallinas ponedoras se redujo notablemente en muchas regiones, como, por ejemplo, en la provincia de Soria, donde se redujo a la mitad. La Unión Europea también ha impuesto nuevas normas de etiquetado más informativas que dan cuenta del sistema de producción, el origen, la fecha de consumo preferente y otros detalles.

En Norteamérica, los cambios están yendo más lejos, según nos cuenta Dan Flynn en Food Safety News. Las gallinas se han liberado de las jaulas a lo largo y ancho del continente. La campaña de liberación, que ha triunfado al concentrarse en los creadores de opinión del mercado, tuvo una gran victoria política cuando se consiguió en 2008 que el Estado de California aprobara la denominada Proposición 2. En plena euforia por su éxito, los activistas proanimales no dudaron en proclamar que los huevos producidos en libertad eran más «seguros y nutritivos», una afirmación no respaldada por la ciencia o por la US Food and Drug Administration, que ha logrado parar la infundada publicidad en los tribunales, concretamente en el Noveno Circuito Judicial de Apelaciones.

Ningún inconveniente judicial frenará el ya imparable movimiento libertario y se espera que para 2025 todos los huevos producidos en Estados Unidos responderán a este criterio. Las grandes cadenas de restauración los demandan y todas las principales corporaciones del sector proyectan instalaciones capaces de producir millones de huevos conforme a la nueva especificación, con una inversión global que se estima en diez mil millones de dólares. Esta considerable inversión está basada en un único criterio, la libertad, y sin ningún examen riguroso de las ventajas e inconvenientes que cada sistema de producción ofrece.

Escasean los trabajos científicos que hayan tenido por fin una comparación rigurosa de los distintos sistemas. Hace ya unos años, Donald C. Lay y otros investigadores publicaron uno de los pocos trabajos de los que se dispone sobre dicho tema. Compararon los siguientes sistemas: jaulas convencionales, jaulas amuebladas, sin jaulas a cubierto y sin jaulas al aire libre. ¿Cómo perciben las gallinas su bienestar?

Ninguna ha dado testimonio de ello hasta ahora. Sin embargo, cabe conjeturar sobre los factores que podrían contribuir a dicho bienestar, al menos desde el punto de vista humano: la enfermedad, la salud del esqueleto y del pie, la carga de plagas y parásitos, el comportamiento, el estrés, los estados afectivos, la nutrición y la genética. No todos estos factores son susceptibles de un análisis objetivo, pero algunos sí que pueden incluirse en comparaciones rigurosas.

Así, por ejemplo, medios en los que la gallina está expuesta a los desechos y al suelo, cuando se cría en libertad, a cubierto o al aire libre, dan lugar a una mayor incidencia de enfermedad; cuanto más enrevesado el entorno, más difícil de mantenerlo limpio; y cuanto mayor es el grupo de animales, más fácilmente se difunden la enfermedad y los parásitos. Las jaulas convencionales limitan el movimiento y fomentan la osteoporosis, mientras que en libertad las gallinas sufren un mayor número de fracturas óseas. En libertad las gallinas tienen un comportamiento más variado que puede incluir, según el tamaño de los grupos, las agresiones y el amontonamiento, el canibalismo. No se conoce con exactitud el estrés que la gallina puede sufrir en los distintos sistemas de hospedaje, pero con toda seguridad es distinto en cada caso.

Están por ver las innovaciones que se llegarán a introducir en los nuevos gallineros en libertad y su eficacia en cuestiones clave como su bioseguridad frente la gripe aviar (no investigada hasta el momento), la posible mejora de los huevos desde el punto de vista de nuestra nutrición y salud, y, por supuesto, el estrés y bienestar animal. Por el momento, el 95% de los huevos se producen en jaulas y el resto, que se produce al aire libre, sufre más contaminaciones microbianas y presentan mayores niveles de las tóxicas dioxinas que tienden a acumularse en las capas superficiales del suelo.

Está claro que la gran inversión en curso responde más a la moda y a las razones del mercado que a las razones de la ciencia. Debería llevarse a cabo una investigación neurológica para averiguar cómo, en casos como este, podría realizarse una consulta democrática entre las gallinas.

* Francisco García Olmedo es redactor y voz narradora del blog. Jaime Costa colabora en la prospección y documentación de los temas.

Fuente: Revista de Libros