En un análisis publicado en la revista Nature en 2009, un equipo de expertos identificó los grandes problemas ambientales a los que se enfrenta la Tierra. Dos son sobradamente conocidos, y he hablado sobre ellos en numerosas ocasiones: la amenaza a la biodiversidad del planeta (con miles de especies extinguidas o a punto de desaparecer) y el calentamiento global. Solo un poco por detrás, aunque igualmente preocupante, se encuentra el grave problema de la contaminación por nitrógeno.
Este elemento, el más común en nuestra atmósfera (un 78% de ella es nitrógeno), juega un papel fundamental en el reino vegetal, ya que las plantas lo usan como nutriente. Curiosamente, muy pocas plantas pueden secuestrar directamente el nitrógeno del aire que las rodea para nutrirse con él, razón por la que los agricultores de medio mundo (al menos los pudientes) se lo aportan a sus cultivos a través de fertilizantes. El sistema dista mucho de ser perfecto, de hecho hay cálculos que indican que el 57% del nitrógeno presente en los fertilizantes termina contaminando el medio ambiente, y por eso los ingenieros agrónomos y los expertos en ingeniería genética, darían lo que fuese por encontrar un método que permitiese a las plantas poder autoabastecerse como ya hacen – de forma natural – algunas especies que cultivamos como la soja, las legumbres y la alfalfa.
¿Os imagináis cultivos de importancia capital, como el trigo o el maíz, capaces de crecer sin fertilizantes? El premio sería formidable, pero a la altura del beneficio se encuentra el reto biológico, y es que en efecto el nitrógeno aéreo es abundantísimo en la Tierra, pero se encuentra en forma de dos átomos ligados fuertemente entre sí. Romper esa unión para poder acceder a formas “útiles” del nitrógeno como el amoniaco (una molécula de nitrógeno enlazada a tres moléculas de hidrógeno) o el nitrato (un nitrógeno enlazado a tres oxígenos), requiere de un montón de energía. Si hay plantas que lo consiguen, como las citadas anteriormente, es porque cuentan con la ayuda de bacterias cuyas enzimas pueden “fijar” el nitrógeno atmosférico.