De acuerdo con los datos aportados por la FAO, más del 25% de la producción agrícola se contamina por micotoxinas.
Solo en EE. UU. esto supone, en pérdidas económicas anuales, alrededor de mil millones de euros. Asimismo, se informa de que grandes cantidades de productos alimentarios básicos como leche (620 millones de toneladas/año), aceite (88 millones de toneladas en 2000) y vino (280 millones de toneladas en 2005) se echan a perder a causa de las micotoxinas. Debido a ello
muchos países han adoptado severas regulaciones para limitar la exposición a las micotoxinas, influenciando por tanto en gran medida el mercado de los cultivos de alimentos y animales. Dado que es inadmisible la presencia de micotoxinas, se requiere el examen de las materias primas y productos para garantizar la seguridad de los alimentos y la alimentación (Regulación CE
2174/2003).
Las micotoxinas son compuestos tóxicos, de la familia de los alcaloides, producidos por hongos de los grupos Aspergillus, Fusarium, Penicillium, Claviceps y Alternaria (Jaynes et al., 2007; Huwig et al., 2001). Estas toxinas son metabolitos secundarios producidos por los hongos, después de infectar los granos y otros cultivos alimentarios. Las micotoxinas pueden contaminar los cultivos de dos maneras: como parásitos de las plantas vivas, o posteriormente durante la cosecha. Los hongos de los géneros Aspergillus, Penicillium y Fusarium son capaces de producir seis tipos de micotoxinas (Firmin et al., 1994). Estas poseen una variedad de estructuras químicas que redundan en diferentes efectos biológicos (figura 8), mostrando efectos carcinogénicos, mutagénicos, teratogénicos, oestrogénicos, neurotóxicos o inmunotóxicos. Entre las micotoxinas, la aflatoxina B1 y la M1, producida en la leche, han demostrado ser las de mayor poder tóxico, con efectos carcinogénicos en animales y humanos.
Las aflatoxinas son un grupo de cumarinas estructuralmente similares y polisustituídas generadas por los hongos comunes Aspergillus flauus y Aspergillus parusificus (Ramos y Hernández, 1996). En la naturaleza nos encontramos con cuatro formas principales de las aflatoxinas: la más hepatotóxica es la aflatoxina B1, y existen otras tres muy similares: la B2, la G1 y la G2. La biotransformación más común de la aflatoxina B1 es la aflatoxina M1 (Nageswara y Chopra, 2001), correspondiente derivado hidroxilado.
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