INTRODUCCIÓN
El lenguaje forma parte de la evolución de nuestra especie. Este desarrollo evolutivo ha dado pauta al inicio de diferentes formas de comunicación para la expresión de emociones y la generación de conductas ante distintos estímulos del entorno. Así es como, desde la antigüedad, los estudiosos de esta temática, han comparado y contrastando el lenguaje humano con la comunicación animal, pero este interés se ha acrecentado en las últimas décadas. Este hecho ha llevado a avances impresionantes para comprender científicamente la comunicación animal en diversos niveles, que van desde el estudio de la física básica en la producción vocal, hasta las investigaciones que pretenden explicar los mecanismos neuronales que controlan la emisión y la percepción de las vocalizaciones, e incluso los componentes genéticos que subyacen en el desarrollo de estos mecanismos neurales (Brainard et al., 2014). El estudio de las emociones en animales ha recibido un creciente interés en las últimas décadas y con ello surgió una nueva disciplina llamada Neurociencia afectiva (Panksepp, 1998).
Un nuevo reto para la etología aplicada es lidiar con una gran cantidad de especies de animales, los cuales tienen diferentes repertorios conductuales y emocionales. Sin embargo, el comportamiento, la estructura y la química cerebral, son similares en humanos y en un gran número de especies animales. Por ello, los animales al igual que nosotros, somos capaces de experimentar no sólo las emociones negativas, sino también las positivas (Boissy, et al., 2007)