Generalidades sobre inmunidad y vacunas en porcino (I)

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La vacuna ideal debería cumplir una serie de requisitos.La capacidad de inmunización de una vacuna en cada animal va a depender de múltiples factores, unos inherentes al animal y otros ajenos, dependientes de la calidad de la vacuna administrada.

No cabe duda de que la vacunación forma parte importante de los programas de salud que se aplican en nuestras granjas, y de que la vacuna ideal debería cumplir una serie de requisitos entre los que se encuentran:

– La inducción de respuestas adecuadas.
– Que ofrezca seguridad.
– Que sea estable.
– Que su coste sea bajo.

Es evidente que la capacidad de inmunización de una vacuna en cada animal va a depender de múltiples factores, unos inherentes al animal (edad, sexo, raza, presencia de enfermedades, administración de fármacos, malnutrición, estrés, etc.) y otros ajenos, dependientes de la calidad de la vacuna administrada (contaminación, falta de inmunogenicidad, etc.).

Todo esto hace que, en ocasiones, estemos %u201Cjugando a ciegas%u201D ya que probablemente habrá animales que lleguen y superen con creces la expectativa de la vacuna, y otros que no lleguen a producir un nivel suficiente de inmunidad frente a la misma.

Inmunidad y vacunación

La respuesta inmunitaria frente a una infección natural o a una vacuna ha sido evaluada general y tradicionalmente midiendo títulos de anticuerpos en suero y correlacionando estos con distintos grados de protección o susceptibilidad. Esto puede ser esencialmente cierto en algunas enfermedades infecciosas, donde altos niveles de anticuerpos se correlacionan muy bien con la protección frente al desafío (por ejemplo en la parvovirosis porcina). Sin embargo, una protección adecuada frente a cualquier agente infeccioso puede requerir una fuerte inmunidad celular, una potente inmunidad humoral o una combinación de ambas. Así, infecciones por Bordetella sp., PRRS y Circovirus, entre otras, requieren una eficaz y potente inmunidad celular para inducir un alto nivel de protección; para estas enfermedades, por ejemplo, la concentración de anticuerpos séricos puede no correlacionarse con la protección. En general, la evaluación de la inmunidad celular en las distintas enfermedades ha sido siempre la gran olvidada. En la literatura científica actual pocos trabajos %u201Crematan%u201D sus resultados con medidas de esta inmunidad celular, a pesar de que hace años se han venido publicando casos de animales protegidos frente a una enfermedad siendo seronegativos para la misma (animales hiperérgicos o hiperrespondedores). Es seguro que en muchas de estas enfermedades, sino en todas, la inmunidad celular juega un papel preponderante en el desarrollo de un grado significativo de protección.

Por lo tanto, la vacuna ideal no va a ser sólo la que induzca la formación de gran cantidad de anticuerpos, sino la que sea capaz de imitar al sistema inmunitario cuando este consigue resolver una infección determinada. Puede incluso ocurrir que, en algunos casos, los anticuerpos generados resulten inútiles porque no son capaces de neutralizar al patógeno, favoreciendo su persistencia (anticuerpos facilitadores de la infección) o generar respuestas inmunopatológicas indeseables, dando lugar al desarrollo de fenómenos alérgicos y/o autoinmunes.

Vacunas atenuadas (vivas) y vacunas inactivadas (muertas)

Las vacunas atenuadas utilizan un agente infeccioso (vacunas monovalentes) o varios (vacunas polivalentes) vivo/s y homólogo/s al que produce la enfermedad, pero cuya virulencia ha sido atenuada de manera que, sin producir ningún daño en el animal, puede inducir una inmunidad duradera frente al agente homólogo virulento. El sistema de atenuación más utilizado para las vacunas víricas se basa en realizar un gran número de pases o replicaciones del virus salvaje o virus campo en líneas celulares, de tal manera que estos vayan perdiendo progresivamente su virulencia, aunque siguen manteniendo la capacidad de replicarse o multiplicarse lo suficiente para despertar una respuesta inmunitaria efectiva frente al mismo. El tipo de inmunidad que producen estas vacunas normalmente es tanto de tipo celular (Th1) como humoral (Th2) (figura 1). Precisamente, y a diferencia de las vacunas muertas o inactivadas, la capacidad replicativa del agente vacunal hace que las vacunas inactivadas necesiten una carga antigénica menor para producir la respuesta, sin la necesidad de utilizar adyuvantes. El principal problema de este tipo de vacunas es que la atenuación no sea estable y pueda revertir a formas virulentas, induciendo la enfermedad que se pretendía prevenir, aunque esto es extremadamente raro e infrecuente.

Las vacunas muertas o inactivadas están formadas por uno o varios microorganismos completos pero inactivados por algún método físico o químico. Son vacunas más estables y seguras que las atenuadas, pero por el contrario tienen una menor capacidad para inducir respuestas inmunitarias potentes, por lo que estas siempre van con adyuvantes que puedan incrementar o facilitar dichas respuestas. Aun así, sólo son capaces de generar respuestas de tipo humoral (Th2) con muy baja capacidad de respuestas celulares (Th1), a no ser que se empleen adyuvantes específicos para incrementar esta última (saponinas, Cpg DNA, citoquinas Th1, etc.).

Adyuvantes

Los adyuvantes vacunales son sustancias que estimulan o mejoran la respuesta inmunitaria a un antígeno, sin que tengan un efecto antigénico específico por sí mismas. De este modo, su labor será más o menos trascendente en función de la capacidad inmunogénica del antígeno al que acompañen. En el caso de vacunas inactivadas, en las que no hay un microorganismo capaz de replicarse e imitar el comportamiento del patógeno en condiciones de campo, la función del adyuvante es mucho más determinante a la hora de conseguir una respuesta inmunitaria adecuada que en el caso de vacunas vivas atenuadas, donde el propio patógeno se encarga de dirigir la respuesta inmunitaria.

Las acciones del sistema inmunitario se dividen en inmunidad innata o natural e inmunidad adquirida o adaptativa (figura 2). La inmunidad innata constituye la primera línea de defensa inmunitaria y se caracteriza por poseer mecanismos efectores, los cuales se activan de forma rápida y vigorosa frente a cualquier desafío antigénico. Por su parte, la inmunidad adaptativa gira alrededor de los linfocitos T y B, los cuales poseen receptores altamente específicos y variados que se unen a sus antígenos y disparan la activación y proliferación celular en un proceso conocido como expansión clonal. La expansión clonal de los linfocitos es necesaria para generar una respuesta inmunitaria eficiente, pero es lenta, tarda entre 3 y 5 días en establecerse o incluso más. Por esta razón, la inmunidad innata es fundamental para controlar la mayoría de las infecciones en sus inicios.

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Instituto de inmunología clínica y enfermedades infecciosas