Un estudio de la Universidad de Oviedo estudia el impacto que las granjas ponedoras tienen sobre la tierra o la capa de ozono. 2,7 kilogramos de CO2 por cada docena de huevos. Esa es la huella contaminante que dejan las granjas avícolas en Asturias, donde la mayor parte de las gallinas están alojadas en jaulas. Un equipo científico de la Universidad de Oviedo ha estudiado el impacto de estas explotaciones y ha utilizado un sistema denominado el Análisis del Ciclo de la Vida.
Este trabajo ha revelado que tiene, sobre todo, un efecto negativo sobre la transformación natural de la tierra, además de una gran ecotoxicidad en la tierra y en el agua dulce. La ecotoxicidad mide los efectos tóxicos producidos por agentes físicos y químicos en el ambiente. ¿Cuáles son las causas más importantes de estos impactos ambientales nocivos? La investigación también responden. Los provocan, sobre todo, la producción de piensos para las ponedoras.
Esto no parece demasiado sorprendente pero sí hay algún otro apartado más curioso. Reemplazar a los ejemplares viejos por otros más jóvenes también es muy perjudicial para el entorno. No obstante, hay formas de compensar. Destinar a la venta carne a esos ejemplares viejos permite reducir la ocupación de tierras urbanas para otro tipo de explotaciones y evita, por tanto, otros focos contaminantes.
Así queda reflejado en el artículo Environmental assesment of intensive egg production: A Spanish case study publicado por la revista Journal of Cleaner Production, y que tiene como primera firma la de Rocío Abin. El resto de los autores son compañeros suyos del departamento de Química e Ingeniería Ambiental de la Universidad de Oviedo, Mario Díaz, Amanda Laca y Adriana Laca.