Los alimentos transgénicos despiertan poco entusiasmo y demasiada sospecha. En ese terreno movedizo han florecido teorías de la conspiración que los colocan en el arsenal de armas para ejecutar un genocidio planetario. Y si bien el veredicto de los científicos sobre su naturaleza inofensiva parece definitivo, las interrogantes no dejan de bullir.
Una reciente investigación de la Universidad de Chicago reveló que al menos el 12 por ciento de los estadounidenses creen que los organismos modificados genéticamente (GMO) forman parte de una conjura para reducir la población mundial. Detrás de ese plan malévolo estarían la empresa Monsanto y las Fundaciones Ford y Rockefeller. En la valla de los escépticos permanecían el 46 por ciento de los encuestados, que no descartaban ni creían en el complot.
¿Maíz anticonceptivo?
La profusa red de sitios dedicados a las teorías de la conspiración reproduce una noticia de 2001. Ese año Mitch Hein, el presidente de una oscura empresa llamada Epicyte anunció la creación de una variedad de maíz que contenía anticuerpos dirigidos a impedir la reproducción humana.
Las declaraciones de Hein se repiten: %u201C(Los anticuerpos) se aferran a los espermatozoides y los hacen tan pesados que no pueden avanzar. Simplemente se sacuden como si estuviesen bailando lambada%u201D, aseguraba. Y a ritmo de esa pegajosa música de finales de los 80 aspiraban a solucionar el problema de la superpoblación en los países en desarrollo. Medios de prensa tan serios como el diario británico The Guardian publicaron entonces la noticia sobre el supuesto maíz anticonceptivo.
El maíz transgénico es, según ciertas teorías, un invento para combatir la superpoblación (REUTERS/Jim Urquhar %u2026Epicyte fue absorbida por Biolex Therapeutics en 2004. Esta última se declaró en bancarrota en 2012. ¿Qué sucedió con los experimentos anunciados por Hein? La respuesta abre una grieta a los amantes de las conspiraciones.
Por otra parte, los experimentos biotecnológicos en la agricultura continúan. Días atrás el San Francisco Chronicle reveló que la compañía Applied Biotechnology Institute mantiene una plantación de maíz genéticamente modificado en un lugar secreto de California, con el objetivo de producir proteínas para usos industriales y farmacéuticos. Según el diario, a pesar de incidentes anteriores, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) ha dado luz verde para extender la operación de un cultivo cuyos detalles desconoce el público.
Un reconocido autor de mitos urbanos, el periodista William Engdahl, ha afirmado que el USDA financia un proyecto de maíz transgénico para esterilizar a las personas. La introducción en la nación norteamericana de esa gramínea modificada habría incidido en el descenso de la tasa de natalidad, una tendencia que, sin embargo, se reporta desde antes de la introducción de los GMO.
Según Engdahl, los espermicidas ocultos en el maíz, junto con vacunas también cargadas con agentes esterilizadores, han sido empleados por Washington, las mencionadas fundaciones, además de la Fundación de Bill y Melissa Gates, y la Alianza para la Revolución Verde en África (AGRA) para diezmar a los habitantes del llamado Tercer Mundo.
Pero del lado de la ciencia el cielo luce despejado. Varias organizaciones de sólido prestigio como la Asociación Médica Estadounidense, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, la Sociedad Real Británica y la Organización Mundial de la Salud coinciden en descartar los peligros de consumir alimentos derivados de GMO. A juzgar por los expertos, las técnicas de la biotecnología actual, aplicadas a la agricultura, ofrecen seguridad a los consumidores. Los cultivos transgénicos han despertado protestas del movimiento ecologista (REUTERS/Eliseo Fernández).
LAS GUERRAS DE MONSANTO
En el plano de la salud pública las teorías conspirativas en torno a los transgénicos enfrentan la evidencia científica. Por el contrario, en el aspecto económico y político las conjeturas sobre un complot para extenderlos podrían no estar demasiado lejos de la verdad.
En 2011 Wikileaks desclasificó cables del Departamento de Estado y sus embajadas alrededor del mundo que revelaban las presiones de Washington sobre sus aliados para abrir los campos a las semillas modificadas genéticamente. Los diplomáticos norteamericanos actuaban prácticamente como relacionistas públicos de Monsanto y proponían medidas de presión para vencer la resistencia en Europa, América Latina y África.
El rechazo a la semilla de Monsanto ha crecido particularmente entre los campesinos en México. Los pequeños productores temen que los GMO destruyan la diversidad del maíz, atesorada durante siglos, y los haga dependientes de la empresa estadounidense como única proveedora para cada temporada de siembra. Las plantas cuyos genes han sido transformados no producen semillas, lo cual obliga a los agricultores a comprar las simientes, en lugar de conservar una porción de las cosechas para el año siguiente.
Desde septiembre de 2013 las secretarías de Agricultura y Medio Ambiente del país norteamericano suspendieron el otorgamiento de permisos para el cultivo comercial del maíz transgénico de Monsanto. En agosto pasado un tribunal del Distrito Federal ratificó la validez de esa orden, dada por un magistrado que representa a una veintena de grupos de la sociedad civil mexicana.
En este caso no se trata de una teoría conspirativa, sino de la defensa de un modo de vida. Los campesinos mexicanos ignoran seguramente los argumentos de Engdahl, pero conocen como nadie qué conviene a la tierra y a sus familias.
Fuente: https://es-us.noticias.yahoo.com