Domingo, 09 de marzo de 2025. Desde la antigüedad, las pandemias de influenza han sido la mayor amenaza mundial debido a enfermedades infecciosas. Sólo en los últimos trescientos años ocurrieron diez pandemias de influenza -las más recientes las de 1957/58 y 1968/69-; ambas consideradas “leves” en comparación con la de 1918/19. Con una población de más de 8.000 millones de personas -más del triple que en 1918-; incluso una pandemia de influenza “leve” podría causar la muerte -como mínimo- de decenas de millones de personas.
Y una pandemia es un peligro latente. Podría ser causada por el virus H5N1 -la cepa de influenza aviar que hoy circula con fuerza en el mundo-, o por otra cepa novedosa y desconocida. Podría ocurrir esta semana, el próximo año o dentro de diez años. Sea como sea, no creo que estemos preparados; aun cuando se mantenga fresca en la memoria colectiva la reciente pandemia del coronavirus.
Rinocerontes, cisnes y gansos
Nos encanta hablar de rinocerontes grises y de cisnes negros. Los eufemismos tras los que disfrazamos -cual gansos- nuestra decisión de ignorar los riesgos catastróficos y de procrastinar acciones decisivas es notable. Quizás la base de esta procrastinación pueda ser la frase de Henry Kissinger: “Si (el líder) actúa sobre la base de una suposición, no podrá probar jamás que su gestión era necesaria, aunque pueda salvar a la sociedad de una gran cantidad de problemas más adelante. Si actúa antes, no será posible saber si su acción era necesaria. Si espera, puede tener buena o mala suerte. Es un dilema terrible”. No le falta algo de razón; el problema es cuando los costos de la inacción se traducen en vidas humanas.
La última pandemia fue reveladora de los defectos de nuestros sistemas de gobernanza global. Sencillamente no estamos preparados para administrar crisis graves: las ignoramos por demasiado tiempo hasta que es muy tarde y, cuando reaccionamos, lo hacemos mal.
Ante el COVID, en China, el Estado respondió al brote del coronavirus igual a como lo habían hecho los soviéticos ante el desastre nuclear de Chernóbil: buscando encubrirlo. En Estados Unidos, el presidente -secundado por su coro de noticiarios de televisión por cable-, calificó a la amenaza de mera gripe estacional; y se inmiscuyó luego de manera errática y grotesca en las respuestas que dio y que hizo dar a su administración. En Europa, las aspiraciones regionales demostraron ser idearios vacíos y cada país intentó salvarse por su cuenta cerrando las fronteras e intentando hacer acopio del equipamiento médico que escaseaba. Hoy, si pasara todo de nuevo, ¿estamos mejor preparados? ¿Reaccionaríamos mejor? Lo dudo.
La influenza A
De los tres tipos de virus de la influenza, la influenza tipo A es la que infecta y mata a más personas cada año y la única que causa pandemias. Se origina en aves acuáticas silvestres y mientras se transmite entre ellas, no sufre cambios genéticos significativos.
Aun cuando no se conoce la transmisión directa de aves a humanos; cuando el virus pasa de aves silvestres a aves domésticas sufre mutaciones que le permiten infectar a otros mamíferos. Una vez en las células pulmonares de un mamífero, el virus mezcla sus genes con los de influenza humana presentes en sus tejidos, “recombinándose”. Este proceso puede dar lugar a una cepa nueva capaz de transmitirse de humano a humano.
Si este nuevo virus no ha circulado antes y no existe “memoria inmunológica”, la población será susceptible a él. A medida que el virus se propaga de un humano a otro se vuelve menos virulento y se suma a los otros virus de influenza que circulan por todo el mundo. El ciclo continúa hasta que otro nuevo virus de influenza emerge de las aves silvestres y el proceso comienza de nuevo.
En algunos casos particulares; dada la composición genética específica de ese virus, junto a otros factores de virulencia; la pandemia puede resultar en tasas de infección y de muerte más altas y peligrosas.
La gripe aviar
El origen de la epidemia de gripe aviar que se registra en todo el planeta se debe al subtipo del virus H5N1 conocido como 2.3.4.4b; y ya ha matado a cientos de millones de aves salvajes y domésticas. Aunque el virus solo debería afectar a aves, desde que comenzó a expandirse en 2020 se han registrado saltos a mamíferos: desde focas y leones marinos en América del Sur a visones de una granja de Galicia. En septiembre se confirmó que el virus se estaba propagando entre ganado vacuno en Estados Unidos; por lo que se alertó a Europa de que podría sufrir una epidemia similar. Más llamativo. En este momento, se registra la peor crisis de gripe aviar conocida en el continente antártico, un paraíso virgen para la vida salvaje.
Además, el virus sigue evolucionando en el laboratorio genético natural proporcionado por el número sin precedentes de personas, cerdos y aves de corral en Asia. La explosión demográfica
en China y otros países asiáticos es un caldo de cultivo increíble para el virus. Consideremos esto: la pandemia de influenza más reciente, la de 1968/69, surgió en China, cuando su población era de 790 millones; hoy es de 1300 millones. En 1968, el número de cerdos en China era de 5,2 millones; hoy es de 508 millones. El número de aves de corral en China en 1968 era de 12,3 millones; hoy es de 13 mil millones. Y los cambios en otros países asiáticos son similares. Dado todo esto -más el crecimiento exponencial de los viajes internacionales en los últimos 50 años-, hace que una pandemia de influenza, hoy, sea mucho -mucho- más probable y peligrosa que antes.
Una lección anterior
Una crisis cercana anterior fue la del Síndrome de Dificultad Respiratoria Aguda (SARS por sus siglas en inglés), de 2003. Aunque la tasa de transmisión del SARS es mucho menor que el de la influenza, demostró cuán rápido un agente infeccioso puede recorrer el mundo dada la interconexión global. Una vez que el SARS emergió en una zona rural de China se propagó a cinco países en 24 horas y a otros 30 países en los seis continentes en semanas. En sólo cinco meses, cerca de 8.000 personas habían resultado infectadas y el diez por ciento de ellas, habían fallecido.
En 1918/19, la mayoría de las muertes fueron causadas por una respuesta del sistema inmunológico inducida por el virus -una tormenta de citocinas- que llevó al síndrome de dificultad respiratoria aguda. En otras palabras, en el proceso de combatir la enfermedad, el sistema inmunológico de la persona dañó los pulmones provocando su muerte. Las víctimas del H5N1 conocidas también han sufrido tormentas de citocinas y el mundo no está mucho mejor preparado hoy que hace 85 años para tratar millones de casos de SDRA de manera explosiva y prolongada.
Resultados esperables
La llegada de una pandemia de influenza desencadenaría una reacción que cambiaría el mundo -otra vez- de la noche a la mañana. Una vacuna no estaría disponible hasta varios meses después del inicio de la pandemia. Además, existen reservas muy limitadas tanto de medicamentos antivirales como de antibióticos -necesarios para tratar las neumonías bacterianas secundarias que suelen infectan a los pulmones debilitados por la influenza-.
Como sucedió ante el Covid-19, el comercio exterior y los viajes se reducirán o se interrumpirán por completo en el intento de evitar que el virus se propague. El transporte se verá restringido a nivel local -todas las comunidades intentarán contener la enfermedad-; complicando o deteniendo las cadenas de suministros de alimentos, medicinas, equipamiento médico y repuestos. Las economías globales, regionales y nacionales caerán de manera abrupta; tanto más rápido y con peores efectos cuanto mayor sea la tasa de mortalidad.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha diseñado planes globales en apariencia útiles pero generales; hace falta una mayor cohesión y colaboración internacional.
En ese contexto, Argentina se negó a firmar el acuerdo. “Argentina no va a adherir al acuerdo de pandemia de la OMS (…) nuestro país no suscribirá a ningún acuerdo pandémico que pueda afectar la soberanía nacional”, dijo en ese momento el vocero presidencial Manuel Adorni. También abandonamos la OMS tras culparla por la “cuarentena cavernícola”. Quizás haya que revisar ambas posturas que sólo responden a un espíritu reaccionario equivocado; a una postura negacionista ante la ciencia más elemental; y a la falta más supina de sentido común -el menos común de los sentidos en cada vez en más geografías y sociedades-.
Deberíamos leer “La peste” de Albert Camus o el bellísimo “Las noches de la peste” de Orhan Pamuk, para apreciar los mecanismos humanos, sociales y políticos detrás de las pandemias y entender las consecuencias devastadoras que producen en la sociedad; más allá de las muertes evitables que dejan.
A poco más de cinco años de la pandemia de Covid-19; vale la pena pensar qué ha cambiado desde entonces; y qué no. La posibilidad de una próxima pandemia no puede ser ignorada y solo se podrá reducir su impacto si se hicieran las cosas bien. O sufrir todo de nuevo; como si no hubiéramos aprendido nada de una lección tan dura y reciente. Los pueblos que no aprenden de sus errores quedan condenados a sufrir las consecuencias de su torpeza; una y otra vez. Como siempre, espero que no sea el caso.
https://www.eltribuno.com/opiniones/2025-3-9-0-0-0-estamos-preparados-para-la-proxima-pandemia