Los veterinarios tenemos que valorar nuestro tiempo y nuestro trabajo

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Un consultor veterinario reflexiona sobre los fallos más comunes en las clínicas que terminan provocando que no sean rentables. Es relativamente común escuchar a los veterinarios de animales de compañía lamentarse de lo poco que se valora su trabajo y de la falta de apoyo de la sociedad ante los retos a los que se enfrentan, como el estrés o la precariedad laboral.

Precisamente, sobre estos temas habla el veterinario británico y consultor Alan Robinson en una columna en la revista científica de la Asociación Británica de Veterinarios (BVA) Vet Record. “¿Por qué los veterinarios trabajan tan duro? Y si lo que hacen es valioso, ¿por qué ganan tan poco dinero?”, se pregunta.

Respecto a la primera pregunta, Robinson comenta que en Reino Unido son comunes las largas jornadas de trabajo, con numerosas guardias y horas extra. Lo mismo ocurre en España y precisamente esos son algunos de los principales puntos que se están negociando en el futuro convenio nacional. En cuanto a la segunda, el veterinario utiliza su propia experiencia tras 15 años en el sector, tiempo en el que llegó a entrar en bancarrota. En situaciones parecidas asegura que se encuentran muchos compañeros, que en muchas ocasiones renuncian a su propia remuneración para mantener el negocio a flote.

“Hay estudios que dicen que el temperamento predominante de los veterinarios y sus rasgos de personalidad se caracterizan por la sensibilidad emocional y por estar centrados en su día a día, en trabajar duro y evitar el riesgo”, apunta. Asimismo, señala que a esto se suman las expectativas personales, sociales y profesionales de perfeccionismo, altruismo y falta de perspectiva comercial que forman parte del trasfondo cultural de la profesión, y que apunta que se refuerzan durante los años de educación.

“Cabría pensar que personas brillantes, inteligentes y bien educadas estarían destrozadas por trabajar tan duro y ganar tan poco y querrían cambiar el sistema. Y algunos lo hacen, pero gran parte de esto está tan arraigado que ni siquiera nos damos cuenta”, afirma. Así, apunta que los veterinarios se limitan a adaptarse para mitigar esa sensación de culpa y desviarla a los demás. “No solo nos conformamos viviendo de esta forma, sino que lo glorificamos y nos etiquetamos de víctima (pobre de mí) o mártir (estoy haciendo esto por los clientes)”, indica.

En la misma línea, señala que dentro de este victimismo entra desde la aceptación de la pobreza (no cobro lo suficiente por lo que hago) hasta el papel de acusador (es culpa de los clientes, ya que exigen servicios baratos).

LOS VETERINARIOS SE LIMITAN A LAMENTAR LAS CONSECUENCIAS

También indica que los veterinarios tienden a esperar a ver qué les sucede, y asegura que lo hacen tanto a nivel de legislación, como con el efecto de internet en el sector o incluso ante la propia competencia. Luego, añade, “reaccionan emocionalmente a las consecuencias”. Como resultado, apunta que la vida en la práctica veterinaria puede ser “caótica y estresante”. “Muchos veterinarios trabajan demasiado duro durante demasiadas horas con muy poco retorno”, insiste.

Una de las causas principales de esto para Robinson es la incapacidad de los veterinarios de cobrar un precio razonable por su tiempo profesional para así hacer su actividad rentable. “Se limitan a reaccionar cuando están ante situaciones como una base de clientes mal definida, exigente y voluble”, apunta.

En la misma línea, señala que, a menudo, los veterinarios no saben lo que vale su tiempo profesional, sino que solo lo entienden en términos de consultas o tarifas por operaciones. Además, estas tarifas están a menudo determinadas por lo que cobran otras clínicas, en lugar de basarse en los costes, las inversiones y la rentabilidad.

También critica que se “regale” el tiempo, como con las consultas gratuitas para contentar al cliente o los descuentos. De hecho, apunta que durante este tiempo se pierden oportunidades reales de ganar dinero porque están “demasiado ocupados” o “tienen miedo a vender sus servicios”. Robinson termina asegurando que estos problemas son solucionables, pero solo si los veterinarios quieren cambiar. “Lamentablemente, después de 40 años, tanto en la veterinaria clínica como en la consultoría, he visto que hay falta de ambición”, concluye.

Referencia: http://bit.ly/2Zwm0WP