Nelson Rivera (ALN).- Alimentos orgánicos, transgénicos, espaciales. Cómo nos alimentamos hoy y cómo nos alimentaremos en los próximos años y décadas: tal es uno de los más cotidianos, participativos y recurrentes debates entre los hombres y las mujeres del planeta.
Tres cifras bastan para exponer la complejidad de lo que está en juego: según el informe de la ONU presentado el pasado 16 de septiembre, 11% de la población del mundo ingiere menos calorías de las que necesita, es decir, vive en condiciones de hambre. Al mismo tiempo, 5% de las muertes anuales, sostiene la Organización Mundial de la Salud (OMS), ocurren como consecuencia de la obesidad. Más contrastante aún con la cifra del hambre es la del despilfarro mundial de alimentos. La estimación es sobrecogedora: alrededor de 30% de los alimentos que se consumen y preparan en los países más ricos va a la basura.
Mientras los futurólogos señalan que la tendencia mundial será cada vez más la de comer fuera del hogar, y las grandes cadenas de alimentos se preparan para crear sistemas de distribución que superen las actuales capacidades de entrega a domicilio, está ocurriendo un auge de la comida ecológica -aquella que no utiliza pesticidas sintéticos en la producción-, a pesar de sus desventajas: hace uso extensivo de las tierras y los costos terminan siendo más altos para los consumidores.
En América Latina, países como Argentina y Uruguay han comenzado a desarrollar estos cultivos orgánicos, hasta ahora con éxito comercial. Australia, Alemania, España e Italia cuentan con llamativos porcentajes de áreas de cultivos orgánicos. Estados Unidos, Alemania, China, Francia, Suiza, Reino Unido y Canadá tienen cada día más consumidores dispuestos a pagar por alimentos con más garantías con respecto al bajo impacto que generan sobre la salud.